miércoles, 30 de diciembre de 2009

La Chica de Ayer


Hace unos años, mi impresión sobre las series de televisión españolas era bastante pobre. Actualmente, ni siquiera tengo una opinión sobre ellas. Directamente no las veo. Eso hasta que me enteré de que este año habían emitido una serie en Antena 3 con un argumento que me pareció interesante. Ví el episodio piloto y no pude parar hasta que la vi entera. La serie consta de 8 episodios en los que se cuenta cómo un comisario de policía regresa involuntariamente al año 1977, donde intenta, haciendo el mismo trabajo policiaco, resolver asuntos que acabarían influyendo en el presente.
El argumento presenta muchas semejanzas con la película "Regreso al Futuro", y es una adaptación de la serie británica "Life on Mars".
Normalmente, las series de policías no me motivan mucho. Y si son españolas, menos. ¿Y por qué me ha enganchado ésta? Porque siempre me ha llamado la atención lo de poder viajar en el tiempo. Poder conocer cómo se vivía en otras épocas y en otros lugares. En este caso, el protagonista (Ernesto Alterio), en vez de aprovechar el suceso para investigar, está continuamente lamentándose y buscando la manera de volver al presente. Precisamente la mayor tara que le veo a esta serie es el papel de Alterio. Lleno de aspamientos y sobreactuaciones. Por contra, el comisario jefe, interpretado por Antonio Garrido, es soberbio. En él se reflejan los modos del franquismo, aunque se dejan entrever los cambios que la democracia acabará trayendo a todos los estamentos. Chulo, prepotente, machista, homófobo... pero eficaz en la misión que él ve clara:proteger a los buenos de los malos al precio que sea.
El resto del plantel hace una labor más que correcta, destacando la labor de vestuario y maquillaje, que logra hacer creible al espectador el momento histórico.
Una mirada a una época cercana en el tiempo pero muy distinta. No había internet, ni teléfonos móviles, sólo dos canales de televisión, los homosexuales estaban proscritos, la mujer era legalmente inferior al hombre, y la democracia estaba en pañales. Hemos evolucionado en muchas cosas, pero en algunas nos hemos pasado de frenada: discriminación positiva, orgullo gay, televisión basura...
Ayer, unos hombres hechos y derechos (y una mujer) lo pasamos como enanos jugando a la consola hasta las madrugada. En "la Chica de Ayer", los padres del protagonista (que representan un poco a los nuestros), bastante más jóvenes que nosotros, se las ven y se las desean para sacar el hogar y el niño adelante. ¿Vamos a mejor o a peor?

lunes, 28 de diciembre de 2009

Fin de trayecto



Me he decidido a acabar la crónica de mi viaje de regreso de Escocia, antes de que tenga que mencionar "el año pasado" para referirme a ella. La anterior entrada me dejó en Donegal esperando el autobús para Sligo. Antes, le había preguntado al dueño de mi hostel si era una ciudad bonita. Con gran franqueza me dijo que no, que había bastantes tiendas y eso, pero que no era muy vistosa. No era la respuesta que esperaba escuchar, pero luego pude comprobar que era bastante acertada.
En apenas hora y media de trayecto por pintorescos lugares cerca de la costa llegué a Sligo, capital del condado homónimo, una pequeña ciudad que apenas llega a los 20.000 habitantes. Pese a ello es uno de los principales centros urbanos de la zona.
Al llegar pude darme cuenta que iba a dar más juego que Donegal. Eso sí, también pude corroborar que no era precisamente un lugar con mucho encanto. Apenas llegué a la estación busqué la oficina de turismo. Allí pregunté por un hostel, ya que no tenía reserva. Teniendo en cuenta que no estaba en un centro turístico y era martes, contaba con no tener problema en encontrar sitio. Acabaría yéndome al otro extremo.
La empleadada me habló de albergues: uno era céntrico y otro estaba tan en las afueras que hasta ella me lo desaconsejó. Así pues, me decanté por "The White House"(La Casa Blanca). El hostel era correcto, pero no estaba muy animado. De hecho sólo había una persona alojada cuando llegué, que además estaba dándose un voltio. Es decir, tenía todo el albergue para mí. En otras circunstancias se agradece, pero era mi última noche del viaje, y no era tranquilidad lo que más me convenía.
Lo que más me llama la atención de las ciudades irlandesas o británicas es la gran actividad comercial que atesoran. En este caso,a la actividad comercial se une la académica, con una universidad potente (Instituto Tecnológico de Sligo). Poco más ofrece esta ciudad, acaso algunos lugares pintorescos junto al río, los restos de una abadía y alguna evocación al poeta Yeast, que residió un tiempo allí. Por curiosidad, busqué el hostel del que me hablaron en la oficina de turismo. Con grandes dosis de hijoputismo por su parte, estaba situado junto a un polígono industrial, a una distancia sideral del centro. Llegar allí con mi maletón hubiera supuesto toda una hazaña.
No pude evitar visitar la universidad. Estaba un poco alejada del centro, pero tenía tiempo de sobra. El campus era bastante moderno y de un tamaño considerable. Aprovechando mi mochila y mi rostro poco avejentado, me hice pasar por un estudiante más y visité algunas facultades. La baja ratio de alumnos por aula me impidió acudir a alguna clase, como ya he hecho en alguna ocasión en España. Volví al centro para comer un humilde kebab en la cadena "Abrakebabra". Al pasear por Sligo notaba una diferencia con lo que había percibido en ciudades escocesas o norirlandesas. Daba la impresión que la crisis que, con tanta fuerza había golpeado a la República de Irlanda, había hecho que la gente me pareciera un poco apagada y con un poco de mala leche. Siguiendo con mi política cutre (a estas alturas no iba a cambiar) me hice con alguna lata en el Tesco que calenté e ingerí en el hostel. Allí había llegado un conserje bastante cachondo que me comentó que estaba esperando a dos inquilinas canadienses. Éstas acabaron apareciendo pero salieron disparadas en busca del pototeo. Así que le pregunté al conserje por los sitios más animados y salí en plan "me llamaban Trinidad" a prender fuego a Sligo. Entré en un garito con muy buena pinta que empezaba a animarse. Debido al alto número de universitarios per cápita, en esta ciudad hay marcha todos los días. En este pub se celebraba una especie de concurso con un "speaker" haciendo preguntas y proponiendo juegos. En uno de ellos se premiaba a la chica que se pudiera quitar más prendas de ropa. Antes daban un tiempo para que hiciera acopio de vestimentas. Ante la mirada golosa que despertó mi chaqueta en la amiga de una concursante me integré en la dinámica del concurso ayudando a su victoria. Estuve un rato más, pero lo que me apetecía era algo más de vidilla, así que busqué otro garito. En uno de ellos se estaba gestando una cola. Vi que era de pago. Eso supone un riesgo, ya que nadie asegura que vaya a estar animado. Pero pensé que si un martes cobraban entrada era porque tenía que haber demanda. Y así fue. La discoteca estaba prácticamente llena. Los luceritos irlandeses, aderezados con atrevidos modelitos lucían en todo su esplendor. Me sumergí en un ambiente que pronto iba a echar de menos. Casi sin darme cuenta llegaron las dos y se encendieron las luces. La salida de los toros me permitió socializar un poco, pero la cosa no dio para mucho más. Los estudiantes tenían clase al día siguiente. Volví al hostel y me crucé con un grupo de un chico y dos chicas. Una de ellas me sonrió deseándome las buenas noches. Fue un poco el símbolo de la despedida. A partir de ahora me las iba a tener que ver con los clásicos, las "cara estaca", las clarisas, las rescatadoras... Definitivamente España es un lugar hostil para el pototeador.
Al día siguiente pude conocer a mi compañero de habitación. Se trataba de un húngaro que había trabajado en Sligo, pero ahora estaba en otra ciudad irlandesa. Había venido a ver a los colegas. Poco más dio de sí la ciudad. Cogí el autobús rumbo a Dublín. El viaje fue bastante largo, pero con estos paisajes no se hace pesado. Al llegar a la capital me llevé una sorpresa bastante desagradable. En la calle O'Connell (la arteria principal) se había producido un choque de un tranvía con un autobús. A pesar de la espectacularidad del accidente, parece ser que no hubo víctimas mortales, aunque sí bastantes heridos. La calle estaba cortada. lo cual me impidió coger al autobús urbano que lleva al aeropuerto. Me tuve que resignar a recurrir al "servicio express", que, a cambio de un trayecto más directo, quintuplica la tarifa. Sin más novedad, arrivé al aeropuerto y cogí el avión que me condujo de nuevo a tierra española, tras más de 5 meses de ausencia. Tenía ganas de volver a casa, pero me dio la impresión de que me había dejado cosas por hacer. No descarto nuevos exilios. Espero que en los siguientes me vengan las cosas más de cara.

viernes, 11 de diciembre de 2009

El negocio de la libertad


Si en mis crónicas viajeras me caracterizo por un cierto desfase temporal, no voy a ser menos en mi crónica literaria para comentar un libro que se publicó a principios de la década. Procuro no dejarme llevar por las modas. Para mí algo que tiene calidad, la tiene ahora y la tendrá siempre.
Los años 90 fueron una época apasionante para la política española. Y en ellos se centra el periodista Jesús Cacho para narrar una serie de hechos que marcaron la década. Y lo hace de una forma valiente, metiendo el dedo en el ojo a personajes prácticamente intocables. La obra comienza con la llegada de José Mª Aznar al poder tras su victoria sobre Felipe González en 1996. No es bueno para una democracia que un partido esté mucho tiempo en el poder. El sistema se anquilosa, y se generan unas inercias muy negativas. Se arrima mucha gente al poder, a la que no interesa que la cosa cambie. En España se sumó además una aguda crisis económica trufada de un sinfín de casos de corrupción. Por ello, la victoria de Aznar fue recibida por mucha gente con esperanzas de regeneración democrática. El presidente popular se quedó a medio camino. Cambió algunas cosas e hizo una gestión económica destacable, pero no llegó como dice Cacho a "levantar las alfombras del Estado". En algunos casos lo intentó, pero se enfrentaba a fuerzas muy poderosas. Sin duda su mayor enemigo fue el editor Jesús de Polanco, que no iba a vender precisamente barata la derrota del partido al que apoya editorialmente. El dueño de Prisa ostentaba un poder inmenso. No sólo porque contaba con los altavoces mediáticos del diarío El País y la Cadena SER (líderes en tirada y audiencia), sino porque tenía relaciones de privilegio con políticos, empresarios, el Rey y otros muchos personajes que hacían que el cántabro estuviera casi mas allá del bien o del mal.
Con Polanco y sus maniobras como hilo conductor, se van narrando temas como la no desclasificación de los papeles del Cesid, las luchas por el control de las televisiones por cable, el juicio a Polanco que acabó con el juez Gómez de Liaño juzgado por prevaricación, la defenestración de Borrel pese a haber ganado las primarias de su partido, los amigos poco recomendables del rey Juan Carlos o el controvertido video sexual de Pedro J. Ramírez. El relato se hace muy ameno, siendo Cacho muy hábil en el uso de "flash-backs" que mantienen en todo momento el interés.
En muchos casos el libro es parecido a una novela, lo que lo hace más entretenido, a costa de perder algo de credibilidad. Porque por muy buenas que sean las fuentes (en este caso, si todo lo que se cuenta es cierto, son soberbias) uno se pregunta cómo ha podido reproducir una conversación de forma literal entre, por ejemplo, Felipe González y el Rey.
Son más de 600 páginas que devoré casi sin darme cuenta. Un soplo de aire fresco entre tanto positivismo y tiranía de lo políticamente correcto. Poco recomendable para aquellos que crean y quieran seguir creyendo que somos los "reyes del mambo" y tenemos una democracia avanzada.
Normalmente si a un profesional se le ha despedido de varias empresas, suele ser síntoma de poca profesionalidad. En el caso de un periodista puede ser eso, o que no se ha plegado a los intereses editoriales manteniendo su independencia. Jesús Cacho no se ha caracterizado por ser un perrito faldero del jefe que le pagaba.
Algunas ocasiones le ha costado caro, pero se ha ganado el respeto que no se merecen otros muchos de su gremio.

viernes, 4 de diciembre de 2009

Donegal



Siguiendo con la crónica que había dejado en Derry, a eso de las dos de la tarde me monté en el autobús rumbo al norte de la República de Irlanda. Los paisajes no cambiaban mucho a ambos lados de la frontera. Lo de las dos Irlandas, me recuerda un poco a las dos Alemanias, o las dos Coreas. Es decir, un disparate. Aunque el estar tantos años separadas ha hecho que ciertamente se note un ambiente distinto entre las dos zonas, que, sin embargo, guardan partes en común. A mitad de camino, el autobús se detuvo en Letterkenny, capital del condado de Donegal. No parecía gran cosa. En general, las ciudades irlandesas no son, a diferencia de sus paisajes, muy agraciadas. La llegada a Donegal no me hizo cambiar de opinión. Se trata de una localidad de pequeño tamaño, con una plaza principal y unas cuantas calles que salen de ella. Mi hostel estaba a unos dos kilómetros del centro, de los que uno y medio eran ya fuera de la localidad. Me costó bastante llegar con mi maletón atravesando rotondas y arcenes. La acogida fue de lo más cordial. Una mujer de mediana edad me hizo sentir casi como en casa. La habitación individual salía a precio de risa, así que no pude evitar cogerla. Al igual que en Perth, gané en comodidad, pero limité mis posibilidades de conocer gente. A pesar de que la dueña me dijo que no tenían internet, enchufé mi portátil en mi cuarto por si acaso. Sonó la flauta, lo que me permitió comprobar que España se había complicado la vida en el Eurobasket perdiendo ante Turquía. Todo mi calendario giraba en torno a este acontecimiento. Temía llegar a España con nuestra selección eliminada. Afortunadamente reaccionaron a tiempo.
Volví a inspeccionar el pueblo. Aparte de la plaza principal y un castillo, no había mucho que ver. Tenía que aprovisionarme, así que fui a un hipermercado de las afueras. Allí me pude dar cuenta de dos cosas: a)Irlanda es un país caro. b)Con la libra tan baja, a los que venimos del Reino Unido, aún nos parece más caro. Acostumbrado a los precios del Co-Operative o del Tesco, las mercancías me parecían auténticos atracos. Claro que los sueldos tampoco son los mismos. Compré la cena y volví al hostel a prepararla. En el camino pude ver un cartel que indicaba la presencia de un lago a unos 6 km. Postergué la cena, me calcé mis "bambas" y salí del hostel en pos del "Loch". La ruta discurría por una carretera poco transitada, pero sin arcen. Si a eso le sumamos que estaba en pleno ocaso y que no quiero morir joven, decidí volver. La cena fue un poco triste. La inmensa cocina del hostel estaba vacía, y tuve que hacer la pizza en un microondas. Sin perder la fe, volví al centro. Era lunes y no esperaba gran cosa. Pero no podía irme a dormir así. Había dos o tres pubs abiertos, uno de ellos con música en vivo. Ya que el pototeo iba a brillar por su ausencia, me consolé escuchando auténtica música irlandesa. Y como me gusta. Con gente que se coloca alrededor de una mesa repleta de pintas, sacan los instrumentos y a tocar. Por cierto, uno de los componentes llamaba mucho la atención con su peinado estilo Robert de Niro en "Taxi Driver". Me pedí una pinta, me senté en un sillón y me tomé un merecido descanso arrullado por las plácidas melodías locales. A eso de la una cerraban el bar. No había nada más abierto así que tocaba retirada. En el hostel pude hablar con un grupo de españoles que habían vuelto decepcionados del centro. Ni siquiera pudieron entrar al pub con música, que estaba cerrando cuando fueron. Decididamente Donegal no es un destino para la juerga y el desenfreno. Al día siguiente me pude sacar la espina e ir corriendo de buena mañana al lago cercano. Sólo pude estar 5 minutos a su orilla, pero la ligera neblina que lo rodeaba y la tranquilidad que se respiraba, sumados a la belleza del paisaje, hicieron que valiera la pena el esfuerzo. Volví al hostel para desalojarlo. El día anterior le propuse a la dueña pagarle en libras, ya que me habían quedado muchas monedas sin cambiar, lo cual aceptó sin problemas. No puso tan buena cara su marido al comentárselo al día siguiente, pero aceptó. Además se ofreció para llevarme en su furgoneta al centro. Gran detalle que fue mal correspondido por mi parte. Unos minutos después me di cuenta de que me había olvidado de devolverle la llave.Y no era la primera vez que me sucedía. Cuando dejé mi hotel en Skye, me di cuenta 5 minutos después de despedirme. Gran sprint mediante volví a devolverla con escaso margen para coger el autobús. La segunda vez fue la llave del hostel de Beltfast. Me di cuenta al día siguiente cuando no había manera de abrir la puerta de mi cuarto en Derry. Llamé al hostel y se la envié por correo. Y en este último lapsus, llamé al dueño y me dijo que la dejara en un hotel del centro. Material hay aquí para freudianos, porque tres olvidos son algo más que una casualidad. Sin más novedad cogí el autobús rumbo a Sligo, última escala en mi periplo. Esperaba encontrar algo más de vidilla que en Donegal.

lunes, 23 de noviembre de 2009

II Torneo de Touch Rugby "Cassoulet"



Hace unos meses publiqué una entrada en la que hablaba de la creacción en Huesca de un club de una modalidad de rugby llamada "touch". Poco a poco hemos ido creciendo hasta el punto de ser invitados a un torneo internacional celebrado en Toulouse. Yo había estado unos meses desconectado, y ando un poco perdido, pero me apetecía vivir esta experiencia.
El viernes por la mañana, con un "ligero retraso" hicimos de avanzadilla para preparar el terreno en Toulouse. El largo viaje fue amenizado por las anécdotas que el capitán del equipo fue desgranando con su particular sentido del humor y su gracejo extremeño. A pesar de no llevar GPS pudimos llegar al hotel, no sin haber tenido algunos titubeos. A pesar de eso, yo prefiero ir con el plano. La sensación de aventura es mayor, aunque se pase algún momento de apuro. Nuestro hotel era un "Etap". De la misma familia que los "Formule 1", aunque con un punto más de confort. No me gustan mucho estos hoteles, todos tan igualitos y funcionales, sin alma. Aunque hay que reconocer que son muy prácticos y económicos. Lo más destacado de los alrdedores del hotel era la "Ciudad del Espacio", un espacio temático en el que destacaba la imponente presencia del cohete francés Arianne. Nos vino muy bien como referencia para guiarnos hacia el hotel en muchos casos. Una vez unificada la expedición fuimos a cenar a una pizzería cercana. La comida era correcta, con raciones generosas. Un poco cara la comida, pero la verdadera clavada nos la metieron en la bebida. Medio litro de cerveza, 7 euros. Parece ser que en Francia ser un borracho sale caro, y no sólo por la cirrosis.
La situación periférica del hotel y la necesidad de guardar fuerzas para el día siguiente hicieron que nos retiráramos pronto a dormir.
El sábado era el día del torneo. Como empezaba a las 12 aprovechamos la mañana para dar un voltio por Toulouse. Se veía una ciudad bastante animada. No pudimos ver gran cosa, pero tenía buena pinta. La visita más esperada por muchos miembros de la expedición fue la tienda del "Stade Toulousain", equipo local de rugby, uno de los mejores de Europa.Los precios, nada populares, echaron a más de uno hacia atrás, aunque alguno se llevó algún balón conmemorativo. Después nos dirigimos, por fin al estadio. Allí nos recibió la organización y se hizo una demostración para que quedaran claras las reglas a todos los equipos. En los prolegómenos mi presencia se hizo necesaria como intérprete, ya que era el único jugador de nuestro equipo que hablaba francés. Me gustó poder practicar esa lengua, un poco oxidada tras mi paso por Escocia. Nuestro debut fue contra el equipo de Nantes. En un partido poco vistoso, pero muy emocionante logramos imponernos por 1 a 0. Nuestro principal objetivo, que era ganar algún partido se consiguio a las primeras de cambio. Y además ante, nada menos que el equipo de Nantes. La alegría y la euforia se apoderaron del grupo. El siguiente partido se encargó de devolvernos a la realidad. El Saint Marcellin tenía menos nombre que el Nantes. Además sus comonentes eran bastante veteranos. Pero se notaba que sabían jugar. Y así lo hicieron, ganándonos por 5 a 2. El siguiente partido fue contra Pau. Se trataba de un equipo con mucho oficio, con el culo pelado de jugar durante muchos años. Hicieron uso de numerosas triquiñuelas y marrullerías para llevarse el gato al agua. Lejos de amilanarnos,esto hizo que el equipo sacara lo mejor de sí mismo, luchando hasta la extenuación. Llegamos a adelantarnos por 2 a 1, aunque nos remontaron para vencer por 3 a 2. En los dos siguientes partidos pagamos el esfuerzo perdiendo contra Toulouse y La Rochelle. A continuación jugamos el cruce contra los sextos del otro grupo, un equipo de Barcelona, con el que conseguimos empatar a 3 y quedar tan amigos. A la salida, mientras tomábamos unas cervezas junto al estadio, se nos acercó un argelino empleado del estadio para hablar. No sé dónde se habrá informado, porque nos dijo que España iba a ser en 10 ó 15 años la cabeza de Europa. También pudimos recordar el mundial España '82, en el que tan buen papel hizo su selección. Volvimos al hotel, nos adecentamos y nos encaminamos a la fiesta que preparó la organización. No estaba muy lejos el Etap, así que fuimos andando por las desoladas calles que caracterizan los suburbios franceses. En un local perteneciente al equipo de rugby se celebrabra una cena amenizada con música y regada con buen vino de mesa francés. Unos patés de aperitivo dieron paso a la estrella gastronómica de la zona: el cassoulet. Se trata de un plato a base de alubias, salchichas y pato. Lo trajeron en unas enormes cazuelas horneadas. No sé si porque estábamos muertos de hambre después de haber jugado 6 partidos o porque el plato era delicioso, pero no dejamos ni rastro. En la fiesta coincidimos con varios equipos a los que nos habíamos enfrentado. El ambiente, como suele ser habitual en los "terceros tiempos" fue de lo más cordial. También sirvió para unir lazos dentro de nuestro propio equipo. A eso de la una se dio por finiquitada la fiesta. Unos cuantos se fueron directamente al hotel. A otros nos motivó la idea de continuar la noche en una discoteca, y un tercer grupo se ofreció a guiarnos hasta la puerta. Con ayuda de un GPS llegamos a la calle donde se suponía que estaba la "boite". Eso sí, el artilugio nos hizo dar una vuelta impresionante por calles desiertas, colmenas, y zonas tugurientas y solitarias. La discoteca no se divisaba, y como ya veíamos el Arianne en lontananza decidimos volver al hotel.
La mañana siguiente la consagramos a conocer un poco más la ciudad. A pesar de ser domingo, estaba llena de gente. Había un gran número de mercados, unos callejeros y otros cerrados, donde se podían adquirir un gran número de exquisiteces culinarias como quesos, marisco, vinos. Otros eran más humildes y ofrecían frutas, verduras o ropas. Pero todos ellos daban un aire especial a la ciudad, más humano y entrañable que el que nos brindan los modernos centros comerciales. Aún nos quedaron algunos rincones de Toulouse por visitar. Espero que podamos recorrerlos en año que viene en el próximo torneo Cassoulet. A todos nos gustó la experiencia, y sería buena señal que volviéramos el año que viene. Esto ya no hay quien lo pare.

viernes, 6 de noviembre de 2009

Derry / Londonderry



Había dejado mi crónica del viaje de regreso un poco olvidada. Espero que las musas me acompañen hasta que la concluya. Me había quedado en Belfast,tras una noche de grandes expectativas y escasos resultados. La mañana siguiente di un paseo de despedida visitando un jardín botánico cercano. Como era domingo, los invernaderos estaban cerrados. No me parece una medida muy lógica, pero si algo ha brillado por su ausencia estos 5 meses, es precisamente la lógica. Cogí un autobús que me conduciría a mi siguiente destino: Derry. O Londonderry, como les gusta llamarlo a los unionistas. A mí tanto me da, pero desde ahora diré Derry, más que nada por ahorrar un poco.
Tras poco más de una hora y media de trayecto por verdes y ondulados paisajes llegué a Derry. Tras la clásica visita la oficina de turismo me encaminé al hostel de turno. Cuando llegué me encontré con la puerta cerrada. Llamé al timbre, pero nadie acudió. En la puerta, había un cartel con un teléfono para llamar en caso de que no hubiera nadie. Así lo hice, pero pude comprobar que ese teléfono era el que estaba dentro del hostel. Como se suele decir por aquí:"Hacer un pan con unas tortas". Si no hay nadie en el hostel para abrirte tampoco habrá nadie para coger el teléfono. En fin... Así que cargando con el maletón, me fui a comer para hacer hora. Recordaba haber puesto en casilla de hora aproximada de llegada, las 15. Claro que la reserva estaba hecha 3 semanas antes y uno no es tan cuadriculado como para conocer estos detalles de antemano con tanta precisión. Me fui a comer para hacer hora. Una enorme hamburguesa vegetal regada con cerveza hicieron más agradable la espera. Volví al hostel a eso de las 3 y, entonces sí, me abrieron las dueñas del hostel. Mi hogar por un día estaba impregnado de aire revolucionario y pro irlandés. Aunque realmente yo lo elegí porque salía barato.Mi habitación tenía 4 camas, aunque sólo estaba ocupada una, aparte de la mía. Mi compañero era Kevin, un estadounidense muy majete, profesor universitario pese a su juventud. Dejé los bultos y salí a conocer la ciudad. Mi referencia era, al igual que en Belfast, el problema político-religioso, muy bien reflejado en la película "Bloody Sunday", ya comentada en este blog.
La situación llegó a estar tan tensa que, incluso los católicos se encerraron en un barrio, al que no tenía acceso la policía, y que denominaron "Free Derry". Antes de recorrer estos escenarios pude comprobar que el centro de la ciudad tenía bastante encanto, y una historia de varios siglos, aunque siempre marcada por el conflicto entre las dos comunidades. Pero era hora de "bajar al barro". Lo primero que atrajo mi atención era la pared en la que se había conservado el mensaje "you are now entering Free Derry", situado a la entrada de lo que fue durante un tiempo una auténtica "ciudad sin ley". O por lo menos sin la ley británica. No faltaban los murales, lo que me hacía sentir en una especie de Belfast en pequeño. Me costó bastante encontrar el barrio unionista, que era, además muy pequeño. Luego me enteré de que la mayoría de protestantes se habían mudado al otro lado del río. Por tanto, los que quedaban aquí debían ser los más bravos. Aunque muy interesante, la visita por estos barrios me cargó bastante. Nada mejor que un paseo a orillas del río para relajarme.
Volví al hostel y allí me encontré con varios personajes curiosos. Una francés, ya en sus cuarenta y muchos años que vino con una guitarra. Era músico y venía a empaparse de los ritmos celtas. A pesar de mi insistencia y mi intento de soborno (le ofrecí una hamburguesa de pavo) no conseguí que nos hiciera una demostración musical. Andaban por allí una pareja de vascos. Parece ser que muchos vienen atraídos por el ambiente nacionalista que se respira. También conocí a una chica neozelandesa mientras me hacía la cena. Le ofrecí la otra hamburguesa de pavo que me sobraba y charlamos un rato. Alguna vez he comprobado que muchas mujeres, normalmente sin venir a cuento, mentan a su novio a los pocos minutos de conversación como para evitar ser objeto de ataques. En este caso, mi nueva amiga no mencionó al novio sino a la novia. La tenía durmiendo en el mismo hostel. La propuse ir a echar una cerveza y aceptó. Fuimos a un pub lleno de banderas irlandesas, celtas, vascas, bretonas,etc. No quedaba duda de qué bando estaban. La conversación con la neozelandesa fue de lo más interesante. El hecho de que fuera sáfica y además con pareja alivió la presión que todo hombre tiene cuando está a solas con una mujer para conseguir conquistarla. Eso hizo que pudieramos hablar con más libertad, tocando temas muy profundos, poco habituales incluso con gente que conozco hace años. Cuando estaban cerrando el segundo pub que visitamos, nos encontramos con mi compañero de cuarto acompañado de una chica israelí, que también pernoctaba en el hostel. Volvimos los 4 al mismo, donde aún nos quedamos hablando un rato antes de acudir a nuestros aposentos.
La mañana siguiente habíamos planeado una excursión al otro lado del río con Kevin y la israelí. No dio para mucho, ya que carecía totalmente de atractivo. Y eso que yo soy capaz de dar un paseo por Nou Barris y tener el síndrome de Stendhal. Me despedí de ellos y fui a la estación a coger el autobús con el que abandonaría el Reino Unido tras 5 meses viviendo en sus verdes campos. Derry resultó ser una ciudad muy interesante. En su pequeño tamaño se concentraba una densa historia que le otorga un carácter especial. Y si a todo eso le añadimos la gente que pude conocer allí, el resultado es una experiencia inolvidable.

domingo, 25 de octubre de 2009

I Media Maratón Ciudad de Huesca

Tras muchos años obligado a hacer largos desplazamientos para correr medias maratones en localidades como Vitoria, Barcelona o Portree, por fin he podido correr una en Huesca. Era un clamor popular en la ciudad, que se ha visto reflejado en el alto número de inscritos (más de 400). La siempre polémica medida de cambiar la hora ha jugado hoy en nuestro favor, permitiéndonos una hora más de sueño. El recorrido constaba de tres vueltas a un circuito bastante céntrico. No soy partidario de dar varias vueltas. Se hace mucho más ameno dar una sola, pero Huesca tampoco da para muchas filigranas, y es preferible hacer ésto que mandar la prueba a insulsos y aburridos polígonos industriales.
En la salida se produjo la esperada estampida. Se notaba a la gente muy motivada por correr en casa. Yo ya soy perro viejo y procuré no dejarme llevar. La primera vuelta no forcé mucho, aunque tampoco me quise dormir, con un ritmo aproximado de 4'35''/km. El circuito no era totalmente llano, aunque las subidas y bajadas eran bastante suaves. El momento cumbre era el paso por las Cuatro Esquinas, donde se concentraba un entusiasta y numeroso público. En la segunda vuelta pasé una pequeña crisis. Las piernas empezaron a flojear ligeramente, y me veía "pidiendo la hora". Bajé ligeramente el ritmo, lo que me permitió recuperame. En la tercera y última vuelta volví por mis fueros, e incluso pude lanzarme a tumba abierta en los dos últimos kilómetros para acabar como me gusta acabar las medias maratones:a tope y "recogiendo cadáveres". Al final, un crono de 1h 37'05''. Está bastante bien para mi nivel, aunque no puede batir plusmarca personal. No creo que ayudara mucho jugar un partido de baloncesto completo la tarde anterior (sólo estábamos 5) y salir de marcha hasta las 4 y pico de la mañana. Pero como el atletismo no me da de comer (todavía), no pienso renunciar a ese tipo de actividades, bastante incompatibles con el gran fondo. Tras el pequeño fiasco de la bolsa del corredor de los Oroses, estaba expectante ante el comportamiento de la organización en este sentido. y la verdad es que se ha portado muy bien. Una bolsa para llevar zapatillas que albergaba en su interior una botella de vino, un DVD, unas gafas de sol, una bebida isotónica y unas grageas de chocolate. Una camiseta hubiera sido el broche de oro a semejante derroche. Pero mi armario repleto de zamarras técnicas no echará de menos una más.
En general, la experiencia ha sido muy positiva. Hasta el tiempo ha acompañado, con una temperatura bastante agradable. El alto número de participantes, la más que correcta organización y el amplio seguimiento popular auguran un gran futuro a esta media maratón.

lunes, 19 de octubre de 2009

VI Vuelta a los Oroses


Una vez más se solaparon varias pruebas atléticas el mismo día. Entre el Memorial Chistavín de Berbegal y la Vuelta a los Oroses, en Biescas, me decidí por esta última, ya que nunca la había corrido. Luego me enteré de que también hubo un cross en Villanúa esa misma mañana.
Se empieza a notar el frío otoñal, y más por el Pirineo. Afortunadamente el día fue soleado, y eso siempre anima a correr. Lo que ya no motiva tanto es la escuálida bolsa del corredor con la que tuvo a bien obsequiarnos la organización. Una braga para el cuello, un mosquetón y un folleto publicitario son recompensa demasiado humilde, y más si tenemos en cuenta que la inscripción costaba 10 €. Afortunadamente, la belleza del recorrido compensó con creces esta primera desfavorable impresión. La prueba bajaba por un estrecha carretera hasta Orós Bajo y volvía a Biescas pasando por Orós Alto. El planteamiento en una prueba de 10 km es distinto al que se plantea en una media maratón. Se puede marcar un ritmo más alto desde el principio, teniendo en cuenta que el riesgo de pájara es menor. Pero tampoco hay que pasarse. Nada más sonar el pistoletazo de salida, se produjo una estampida que más de uno pagaría después. Yo procuré no dejarme arrastrar mucho por la emoción. Aún así, hice el primer kilómetro en 4 minutos. Bajé ligeramente el ritmo, pero no mucho, ya que sabía que tenía fondo de sobra para hacer toda la prueba exprimiéndome un poco. Empecé poco a poco a alcanzar gente que había visto volar al principio. Poco antes de llegar al ecuador de la prueba, una cuesta bastante larga, aunque no muy pronunciada, nos condujo a Orós Bajo. Al ritmo que iba, esa subida se nota bastante, así que llegué al pueblo con la lengua fuera. Un leve respiro me permitió aprovechar mi poderosa zancada para lanzarme cuesta abajo. Los últimos 4 kilómetros eran casi llanos, con una ligera pendiente hacia arriba. Allí empecé a pagar mi fuerte ritmo de la primera mitad. Se me hicieron bastante largos, pero pude mantener la compostura. Eso sí, no me quedaba gasolina para hacer mi clásico final demoledor. Con la motivación de alcanzar los pequeños grupillos que iban aún más justitos que yo, pude llegar a Biescas sin bajar el pistón, donde paré el crono en 42 min 18 segundos. Es decir, 4'14'' por kilómetro. Un buen test cara a la Media Maratón Ciudad de Huesca, que se celebrará este domingo. Tras la prueba, la temperatura había subido un poco, por lo que resultó una auténtica delicia estar en la plaza comentando la carrera con los amigos, mientras se disputaban las pruebas infantiles. Hubo un sorteo de regalos, pero preferimos volvernos a Huesca. No hay mejor presente que correr una prueba tan bonita y con un día tan espléndido.

miércoles, 14 de octubre de 2009

Belfast (y II)



Amanecí mi segundo día en Belfast con la sana intención de visitar la Calzada de los Gigantes. En la estación de autobuses vi que había una ruta regular, pero volvía un poco tarde a la capital. En la oficina de turismo, además de la ruta larga que había reservado y desreservado el día anterior, había otra que iba directa. No creo que me hubieran mirado con muy buena cara en la oficina de turismo si hubiera vuelto a comprar el mismo viaje. Así que fui al lugar donde salía el autobús (la puerta de un hostel). Allí todavía no me conocían, así que pude reservar sin problemas. No se andaba con tonterías el viaje. Ida y vuelta por la ruta más directa, sin ningún tipo de comentario por parte del conductor. Por 5 libras más hubiera tenido ruta por la costa con varias visitas. Pero en este caso valoré más el disponer de la tarde libre, decisión de la que no me arrepentiría. Tras una hora y media de viaje, el autobús nos dejó junto a un centro de visitantes. Allí se podía coger otro autobús que bajaba hasta la costa o ir andando un kilómetro. A una persona como yo, casi le parece un insulto la primera opción. Como teníamos 2 horas, emplée una y media en recorrer una ruta que discurría por unos acantilados. Estar 5 meses en una isla no me habían vacunado para asombrarme con las maravillas que pueden formar las rocas y el mar. Impresionantes paisajes aún más hermosos en un día soleado, de los que tanto eché a faltar en Skye. Podía haber seguido allí horas y horas, pero me faltaba el plato fuerte. ASí que bajé a la costa por un angosto sendero hasta llegar a una auténtica maravilla: La Calzada de los Gigantes. Se trata de unas 40.000 columnas hexagonales de basalto que forman un conjunto sorprendente. De hecho cuesta creer que sea algo natural. Sin mucho tiempo para disfrutar del espectáculo, volví al autobús. En el viaje de vuelta a Belfast pude observar cómo algunas casas de campo lucían orgullosamente la "Union Jack", en un aperitivo de lo que me esperaba esa misma tarde. Apenas llegué a Belfast, desembuché mi plano y partí rumbo a los barrios más "animados" de la ciudad, y no precisamente por el pototeo. Tras un rato de caminata empezaron a aparecer los primeros murales que me indicaron que estaba en territorio protestante. Por si no lo tenía muy claro, muchas casas lucían banderas británicas y del Ulster. La zona alternaba zonas muy cuidadas con otras bastante escojonadas. Y me sorprendió ver muchos niños sueltos jugando por las calles. Solían vestir camisetas de equipos de fútbol de la Premier League (liga inglesa). Tras una pateada de casi dos horas, empapándome del espíritu unionista, decidí pasar al otro barrio (en sentido literal). Y lo que en el plano eran dos calles, en las 3 dimensiones de la realidad se conviertieron en un rodeo de más de una hora y media. ¿La razón? Un muro que ríete tú del de Berlín. Bueno, no tenía fosos ni guardias, pero calculo que levantaba más de 4 metros del suelo. Mis intentos por encontrar una calle que lo atravesaran fueron infructuosos. Así que tuve que llegar casi al centro y rodearlo. Si a mí me resultó una experiencia bastante claustrofóbica, no hace falta imaginar lo que puede suponer a un residente tener semejante "monumento" en su ciudad. Un mural me dio la bienvenida a la zona católica. La presencia de una catedral me lo confirmó. Decidí internarme en el corazón del barrio. También abundaban los grupos de niños. Esta vez ataviados mayoritariamente con los colores verdes y blancos del Celtic de Glasgow. Había algunas calles realmente degradadas. Incluso había algunas hordas de tiernos infantes haciendo hogueras por las calles. Eso parecía la ciudad sin ley. No me quise quedar con esa imagen y me interné más en el barrio. Pude ver zonas más agradables y más murales, entre ellos uno que aprovechaba la tesitura para, mezclando churras con merinas, defender la autodeterminación del País Vasco. Mi paseo por estos dos barrios me resultó fascinante. No obstante acabé muy cargado. Se respira un ambiente tenso, y eso se termina notando. Al observar los grupos de niños de ambas zonas, tan rubitos y aprentemente inocentes, poca diferencia vi entre ellos, aparte de las camisetas. Ciertamente los nacionalismos y las religiones han generado muchos más problemas de los que, supuestamente, han solucionado. Un muro de más de 4 metros de alto y una mala leche en el ambiente que casi se pueden cortar son prueba de ello.
Decidí hacer una visita más lúdica y opté por el castillo de Belfast. No es que aún tuviera ganas de batalla, sino porque las vistas desde la colina en la que se asienta son de enjundia. Cogí un autobús urbano que dejaba cerca del castillo. El vehículo estaba lleno de tinajeros que volvían de comprar en el centro. Yo iba de pie y mi visibilidad era limitada. Como no sabía exactamente dónde tenía que bajarme iba mirando como podía a ver si divisaba la fortaleza. El autobús se alejaba y se alejaba del centro mientras la noche caía sobre Belfast. Pasamos un desvío al zoo que me hizo sospechar. Miré mi plano y se confirmaron mis sospechas. Me había pasado bastante. Bajé echando virutas. Descarté la opción de visitar el castillo y volví al centro en otro autobús. Se me estaba haciendo tarde y me estaba jugando el pototeo del sábado. Fui al hostel a adecentarme un poco y salí, como en el día anterior en plan "me llamaban Trinidad". Todavía estaban los garitos con mucho cemento, así que volví al hostel. Tenía la esperanza de encontrar algún "alma perdida" como yo para compartir andanzas. Se había formado un grupillo en la entrada. Parecían todos muy amiguetes. Pero cuando los vi marcharse vi que entre ellos estaba la dueña del hostel. Así que deduje que ésta había formado una especie de quedada informal entre los huéspedes. Les seguí un rato y me hice el encontradizo con dos chicas que se habían descolgado. Como había previsto, recibieron de buen grado mi incorporación. Se trataba de dos irlandesas, que junto a 2 canadienses, 2 yanquis, un belga y algún que otro elemento sin bandera conocida, amén de los dos dueños del hostel formaban un grupo más que interesante. Pero ya se sabe que cuando hay grupos grandes se suele buscar el mínimo común múltiplo, es decir, contentar a todos. Así que fuimos al típico pub para turistas. Allí pude entablar conversaciones varias con las canadienses, las estadounidenses y el belga. Eso cuando no lo impedía el ensordecedor ruido que generaba un grupillo que no paraba de berrear versiones pop. Hartos de tamaño despliegue de decibelios salimos del local. El dueño del hostel, aprovechó el manejar la manada para conducirnos a un taxi que nos conduciría al garito más chic de la ciudad. Aunque hubo gente que picó, algunos nos sentimos un poco como ovejas en un rebaño y declinamos la quizá sí o quizá no, interesada oferta. Las canadienses se había dispersado. Lástima porque una de ellas era una pívot de categoría. Así que volvimos al hostel las yanquis y el belga. Estuve hablando con una de ellas todo el camino. Iba a pasarse el año en una universidad galesa estudiando teatro y quería hacer antes algo de turismo. Resultó un placer hablar con una persona que mostró tener dos dedos de frente. Es decir, hablaba lo suficientemente despacio para que la entendiera. Algo tan sencillo fue más bien escaso en Skye. Al llegar al hostel, los cánones cinematográficos lo dejan bien claro. Dos americanas y dos europeos=bacanal. La vida real es otra cosa. Se fueron a dormir y yo le propuse al valón volver a los baretos. Rechazó mi oferta, por lo que tuve que volver sólo. No dio para mucho más la noche. Los bares cerraban de nuevo a la una y media. Asistí a mi última salida de los toros en Belfast y me retiré definitivamente a mis aposentos. El grupillo que se había formado al principio de la noche prometía bastante. Lástima que las circunstancias hicieron que no pudiese dar mucho juego.

martes, 6 de octubre de 2009

Belfast (I)



Tras el paréntesis atlético, voy a continuar con mi crónica del viaje de vuelta. Quede claro pues, que no vine a España a correr la media maratón de Castiello y luego me volví a Escocia. La inspiración literaria viene cuando viene.
En mi última entrada estaba pernoctando en un lujoso (para mí) hotel en Perth. El desayuno que me ofreció fue casi legendario: 5 tipos de cereales, yogurt, frutos secos, miel, bacon, salchichas, huevos revueltos y fritos, triángulos de patata de dos estilos, frutas en almíbar, “baked beans”, tostadas y un largo etcétera. Me puse como el quico haciendo acopio de la energía que me iba a hacer falta para el largo viaje al que me iba a enfrentar.
Cogí un tren que me dejó en Glasgow. Vuelta a los orígenes, ya que en esa ciudad empezó mi viaje allá por el mes de abril. Sin tiempo para nostalgias me dirigí a la estación de autobuses.
Allí cogí un autobús que me llevó a Stranraer, localidad costera en la que debía coger el ferry para Belfast. Suaves y verdes colinas, junto con un tramo costero espectacular significaron mi despedida de Escocia. El perder de vista semejantes paisajes se hace menos cuesta arriba si el siguiente destino es Irlanda. Tras una espera de algo más de una hora en el puerto, me embarqué en el ferry. Si el transbordador que me condujo a Lewis y Harris me pareció espectacular, éste me dejó boquiabierto. El parking parecía un garaje de un centro comercial. Contaba con varios restaurantes, tienda, sala de juegos… No pude parar quieto un momento del viaje, dando vueltas y descubriendo nuevos servicios y rincones. Hasta que, unas dos horas y media después, los astilleros de Belfast aparecieron en el horizonte. En el puerto esperaba un autobús que nos condujo a la estación central de autobuses. Por sólo 25 libras había hecho dos viajes en autobús y uno en ferry para ir de Glasgow a Belfast. En general, el Reino Unido es más caro que España. Pero hay auténticos chollos si se busca un poco.
Nada más llegar a la estación, y siguiendo con la tradición, me dirigí a la oficina de turismo. Tras averiguar dónde estaba mi hostel, pregunté sobre la posibilidad de ir a la Calzada de los Gigantes, maravilla geológica en la costa norte de Irlanda. Allí me propusieron un viaje que bordeaba la costa visitando varios puntos de interés. Lo reservé sin pensar mucho. Aunque mi coco siguió dándole vueltas. Ya en la calle me percaté de que había cometido un pequeño aunque craso error. La excursión duraba unas 10 horas, con lo que prácticamente se me comía todo el sábado. Aparte de que en esos viajes organizados suele haber paradas estratégicas con poco que ver y mucho para gastar. A un viajero amante de la libertad como yo, eso no le cubica nada. Así que pensé que sería mejor coger un coche de linea público y dejarme de circuitos. Volví a la oficina de turismo para anular la reserva (ya pagada). La señorita me dijo que no se podía anular. Pero ante la cara de buenecito que lucía (se me da muy bien, supongo que será porque algo de eso tengo) me preguntó cuándo lo había reservado. Como sólo hacía 15 minutos, decidió devolverme el dinero. Me dirigí al hostel aprovechando para hacer mis primeras observaciones sobre la capital norirlandesa. Es curiosa la mezcla que se da en Irlanda del Norte. Por un lado, se respira ambiente irlandés. Pero gran parte de la arquitectura y mobiliario urbano (aparte de la moneda), nos recuerdan que estamos en el Reino Unido. También destaca la amabilidad de la gente. Las dos veces en las que desplegué mi plano para situarme, dos personas se ofrecieron gentilmente a ayudarme.
Mi hostel estaba cerca de la universidad, en una zona repleta de pubs y restaurantes. La recepción en el albergue fue de lo más cálido. Nada más llegar, la propietaria hizo de guía turística explicándome con todo lujo de detalles todo lo que había que ver y lo que no en la ciudad. Tanta amabilidad, sumada a mi debilidad por las “Irish”, y más si son pelirrojas como ésta, me cautivaron. Menos mal que ese efecto no duró mucho y no cai en la trampa de reservar las dos excursiones que me propuso. La Calzada de los Gigantes (versión 11 horas) y visita a los murales de los barrios católicos y protestantes en taxi con guía. Tampoco me gustó mucho lo de “tienes que ver esto, y no vayas a ver esto”. Pero en todo caso se agradece llegar solo a un sitio nuevo y recibir tanta atención. Dejé el maletón en la habitación y fui a dar un voltio. Cené humildemente en un “Kentucky fried chicken” y me acerqué al centro. Era viernes y tenía la idea de palpar el pototeo de la capital. Me apetecía escuchar un poco de música irlandesa, así que entré en un pub donde había un grupo tocando. Lo escuché un rato bebiendo la clásica pinta de Guinness , pero me fui rápido. La clientela frisaba la cincuentena, y ya había tenido bastante de eso en mi hotel escocés. Hice un escaneo por todos los baretos hasta que me decidí por uno que me había recomendado la dueña del hostel. Se tratada de una discoteca pequeña con música disco. Justo lo que necesitaba. Sólo cobraban 2 libras por entrar, y por tan módico precio se podía también beber botellines de sidra de pera. Lo malo es que cuando llegué, el bar estaba un poco vacío. Le pregunté al guardia si me podía poner sello y volver más tarde, pero me dijo que sólo se podía salir para fumar. Así que me quedé y, poco a poco se fue llenando. Se hace un poco incómodo estar sólo en un sitio semivacío. Pero poco a poco me sumergí en la magia del local. No difería mucho de las discos escocesas. Los modelitos seguían los cánones anglosajones: taconazos, minifaldas y escotes generosos. Eso sí, no observé vestigios de frotamiento. A eso de la una me cansé y salí de la discoteca. Aún eché un ojo a los pubs de la zona. Era el momento de la “salida de los toros”. Allí cierra todo a la una y media. Evidentemente a esas horas tan tempranas la gente no tiene muchas ganas de volver a casa. Así que se producen grandes concentraciones de gente apurando sus posibilidades de pototeo. Cuando vi que se empezaban a disolver los grupillos di por finiquitada la noche y volví al hostel a dormir.

lunes, 28 de septiembre de 2009

XXI Media Maratón de Castiello de Jaca

En una provincia con escasez de medias maratones, este fin de semana se concentraban nada menos que 3 (Barbastro, Castiello de Jaca y Puyada Oturia) Descartada esta última por sus más de 1000 metros de desnivel, me enfrentaba a una difícil disyuntiva. La media de Barbastro está muy bien. Y este año contaba con el aliciente de la presencia de uno de mis ídolos, el gran Martín Fiz. En el otro lado de la balanza, la media de Castiello sólo la había corrido una vez, un año en que una riada obligó a afeitar el recorrido y dejarlo en apenas 15 km. Por aquello de probar algo nuevo, y teniendo en cuenta que iba a ir acompañado, me decanté por la segunda. Eso sí, fui a la conferencia que dio Martín Fiz en Barbastro el viernes. Una de las razones por las que ahora soy corredor de fondo fue el ver cómo 3 españoles, con Fiz a la cabeza copaban el podio en la maratón de los europeos de atletismo Helsinki '94. Mítico e inolvidable momento. Éste y otros hitos, acompañados de consejos y anécdotas fueron comentados por el maratoniano vitoriano en una amena disertación con un gran ambiente. La verdad es que en esos momentos me arrepentí de no haberme apuntado a la Media del Somontano. Pero hubiera sido una locura correr el sábado por la tarde y el domingo por la mañana, por lo menos en mi actual estado de forma. Así pues, el domingo por la mañana me presenté en Castiello de Jaca sin saber cómo iba a afectar mi periplo escocés a mi rendimiento atlético.
Sorprende que un pueblo tan pequeño cuente con una media maratón y una capital de provincia como Huesca, no. Aunque parece ser que este año están preparando una. A ver si es verdad.
A las 10.30 se dio el pistoletazo de salida. El circuito consistía en subir y bajar por la carretera de la Garcipollera unos 5 km, para, a continuación coger un camino hacia Jaca, y volver por el mismo tras un tramo por las calles jacetanas.
Empecé suave, no dejándome llevar por la fogosidad con la que suele empezar la gente y luego acaba pagando. Por lo visto, los kilómetros venían marcados en la calzada o en piedras grandes. Yo no me di cuenta, por lo que en ningún momento tuve referencia del ritmo que llevaba. Tras el primer tramo de asfalto la carrera transitaba por parte del Camino de Santiago. Más bonito que la parte de asfalto, mejor para las piernas, pero un poco más peligroso para los tobillos. Había que estar muy atento, sobre todo en las bajadas. Y es que este tramo era un auténtico rompepiernas. Especiamente dura me resultó la última subida antes de llegar a Jaca. Allí me sorprendió el frío recibimiento. Escasísimo público y casi nulo apoyo a los atletas. Daba la impresión de que los jacetanos tengan una carrera de estas cada semana, y no les llame mucho la atención. Tras el callejeo, tomamos el mismo camino de vuelta. Ya empezaba a ir justo de fuerzas. No he entrenado mucho fondo últimamemnte y eso se nota. Como no sabía por qué kilometro circulaba, no pude hacer mi tradicional arreón en el último tramo, así que me limité a mantener un ritmo correcto hasta que entramos en el pueblo y apuré mis últimas fuerzas en el sprint final. Paré el crono en 1 h 44' 32'', tiempo bastante correcto teniendo en cuenta mi estado de forma y la irregularidad del recorrido. Primera sorpresa de la mañana al recibir la bolsa del corredor. Aparte de la clásica camiseta técnica, la organización nos obsequió con media docena de huevos. Tras la entrega de premios, nada mejor que una comida gentileza de los organizadores, consistente en fideuá, costillas con patatas y helado, regados con vino "Don Mendo". ¿Se puede pedir más por 12 € que costaba la inscripción? Sí. Sorteo de regalos. Y muy bueno tanto en calidad como en cantidad. Baste el dato que a mi hermano, su amigo Dani y a mí nos tocó premio. En mi caso fui galardonado con unos bastones de marcha nórdica y un tubo para beber agua mientras se hace deporte. Gran colofón a una excelente jornada atlética. Me ha gustado esta prueba. No es tan multitudinaria como otras medias maratones, pero el ambiente y la organización rayan a gran altura. Espero que el año que viene pueda hacer la machada de correr Barbastro y Castiello. No me gustaría perderme ninguna de las dos.

martes, 22 de septiembre de 2009

Perth



Mi siguiente escala en el camino era la ciudad de Perth. Antes de dirigirme a ella aproveché la mañana para darme un voltio por Dundee. Aparte de visitar los lugares más emblemáticos, no pude evitar darme el clásico paseo por barrios periféricos con sus colmenas correspondientes. Mi hambre de monumentos no era tanta como la de comida. Así que le eché el ojo a un buffet libre indio llamado "Taza"(sic). Allí, por un módico precio, creo recordar inferior a 7 libras, pude degustar auténticas delicias "ad libitum". La gran variedad en entrantes y platos principales se extendía a los postres. Fiel a mi costumbre, traté de no dejar nada sin catar. Menos mal que estos establecimientos no abundan por Huesca. Si no, sería un serio candidato a padecer una obesidad más que mórbida. Ya no quedaba mucho más que hacer en Dundee, así que volví al hostel a por mi maletón y cogí el autobús rumbo a Perth. A diferencia del día anterior, en el que crucé Escocia de Oeste a Este, hoy sólo tenía un corto desplazamiento de menos de una hora. Con la misma filosofía de economizar fuerzas, que empezaban a escasear, había reservado un hotel con habitación individual, en lugar de un hostel con dormitorio multitudinario.
Perth se trata de una localidad de tamaño pequeño-medio, bastante tranquila y agradable. Pude leer que había sido designada como el lugar con mayor calidad de vida de toda Gran Bretaña. Mi estancia no me hizo pensar que eso pudiera ser falso.
El hotel elegido para mi reposo era el "Salutation Hotel". Se situaba en un edifico antiguo, pero, a diferencia de lo que sucede en el mi hotel en Skye, había sido reformado. Con lo cual se conseguía un equilibrio muy bueno, obteniendo el encanto y la genuinidad que le confieren los años, junto con la modernidad del mobiliario. Acostumbrado a los hostels y a mi habitación desvencijada en el Dunollie, mi pieza me pareció un auténtico lujo. Mención especial a la recepcionista, que en apenas dos minutos de conversación, me dio las gracias unas 7 veces. Así da gusto.
A pesar de su relativamente pequeño tamaño, Perth cuenta con gran cantidad de tiendas y centros comerciales. Es una constante en todo el Reino Unido. También está bien surtido de edificios históricos. Se asienta a orilas de un río, lo que sumado a que cuenta con un extensísimo parque, hace que Perth sea una ciudad ideal para pasear. Siempre que el clima lo permita. Esta vez así fue. Por cierto, en el parque había muchos chavales dando patadas al balón. Pero no de fútbol, sino de rugby.
No tenía muchas ganas de vida nocturna. Había tenido bastante la noche anterior y me esperaba un largo viaje al día siguiente. Pero quise tantear un poco el ambiente.
Probé en un disco pub bastante animado. La cosa prometía, pero preferí guardar fuerzas y hacer uso de la habitación del hotel. Al volver al mismo me di cuenta de una cosa. Sí, tenía una habitación con baño para mí solo. Nadie me iba a molestar. Pero...mis posibilidades de conocer gente en la ciudad se vieron muy reducidas. Un hostel es más incómodo, pero da mucha más vida.

sábado, 19 de septiembre de 2009

Dundee



Hay dos formas de enfocar un viaje. Una de ellas es planificarlo todo al milímetro, reservando todos los traslados y alojamientos por anticipado. La otra es ir sobre la marcha, pensando sólo en el día a día. El año pasado hice un viaje a la Bretaña francesa con mi amigo Luis. El planteamiento fue mixto. Reservamos medio viaje y el resto “ya se vería”. Eso nos costó no encontrar habitación en Morlaix y acabar durmiendo él en el coche y yo tumbado en un húmedo césped cerca de Guimpgamp. Con ese precedente, decidí que, en este caso, y más teniendo en cuenta el maletón de más de 20 kilos que llevaba a cuestas, lo mejor sería reservarlo todo con antelación. Y así lo hice. Y a punto estuvo la jugada de salirme rana.
Como comenté en mi anterior entrada, el martes 7 de septiembre, la isla de Lewis fue azotada por feroces vientos de más de 100 km/h. Eso provocó que todos los ferrys con destino o salida de la isla suspendieran su actividad durante todo el día. Yo tenía que coger el transbordador Stornoway-Ullapool a las 7 de la mañana. De lo contrario perdía el autobús Ullapoll-Inverness y el tren Inverness-Dundee, ya comprados. Y tampoco tenía claro si podría llegar a dormir a Dundee utilizando otras combinaciones. Así que, un poco atemorizado, lo primero que hice nada más levantarme el miércoles fue ir al puerto a preguntar. Afortunadamente los vientos habían amainado, por lo que el ferry pudo zarpar con normalidad. En él volví a encontrarme a Marcello y Herminio, amén de más gente del hostel. Sólo había pasado dos días en Stornoway y ya empezaba a ser un rostro conocido.
Ullapool es una localidad costera bastante pintoresca. Apenas pude quedarme con unas cuantas vistas de la villa desde el barco, ya que el autobús de Inverness nos esperaba en el puerto. Me tomé este trayecto como mi despedida de las Highlands. Paisajes desolados, lagos, montañas y costas rocosas me habían acompañado durante 5 meses. No cabe duda de que es una tierra hermosa, pero también dura y difícil.
Inverness lo tenía ya visto, así que fui al grano y llené mi panza en el ya conocido “Jimmy Chung’s”, buffet libre chino de excelsa relación calidad-precio. Sin tiempo para digerir tan pantagruélico ágape tomé el tren que me condujo a Dundee, previa escala en Perth.
A los pocos kilómetros de trayecto, los paisajes empezaron a cambiar. Nos adentrábamos en la Escocia más genuina, aquella en la que abundan los castillos y las destilerías. Las solitarias praderas de las Highlands dejaban paso a frondosos bosques en los que aparecían con frecuencia castillos y villas. Allí me di cuenta que Escocia es mucha Escocia. Y que yo, a pesar de pasar casi medio año en ella, apenas conocía una ínfima parte. Ese mismo día, la selección de fútbol de Escocia se jugaba su presencia en la fase final del próximo mundial en un partido frente a Holanda que se disputaba en Glasgow. Eso hizo que una gran cantidad de aficionados, vistosamente ataviados dieran la nota de color en el tren hasta Perth. Allí, mientras ellos esperaban el tren que les conduciría a la decepción más absoluta, yo tomé rumbo al este, a Dundee. La ciudad se sitúa en la costa Oeste de Escocia. Por lo que ese día fui de un extremo a otro del país. Un radiante y para mí inusual sol me recibió al salir de la estación. Todavía eran las 6 y media de la tarde, así que había mucho por hacer. En la oficina de turismo me explicaron cómo llegar al hostel. También les pregunté por Broughty Ferry. Había leído que era un barrio costero muy turístico, y me picó la curiosidad. La señora de la oficina me dijo los horarios de autobús, dando por hecho que no era muy lógico recorrer las 4 millas a pie. Pero yo tampoco soy un turista al uso. Aunque en este caso acabé dándole la razón.
El paseo hasta el hostel me sirvió para llevarme una grata impresión de la ciudad. De un tamaño medio, se trata de una localidad con mucha vida, sin llegar a ser agobiante. Mi hostel estaba situado en pleno centro. Se trata de un edificio histórico rehabilitado. El resultado es brillante, ya que conjuga modernidad en las instalaciones con antigüedad y solera en el inmueble. Dejé mis cosas en la habitación y me dirigí rumbo a Brougthy Ferry. Lo que empezó siendo un agradable paseo cerca del mar, se convirtió en un insufrible trayecto por el puerto y por una carretera muy transitada, todo ello escasamente estético. Cansado de tan monótono recorrido vi un camino turístico que circulaba al lado del mar. El problema es que estaba al otro lado de una vía del tren vallada. Eso no iba a detenerme, así que abordé la valla por su punto más bajo y salté a la vía. Apenas toqué tierra, un ruido me sobresaltó. Se acercaba el tren. Casi sin tiempo de reacción me pegué todo lo que pude al muro. Fue suficiente para que el tren pasara junto a mí, pero mi susto fue de los buenos, así como el del conductor, que me dedicó un bocinazo de enjundia. No digo que el nuevo camino fuera tan bueno como para jugarse la vida, pero la verdad es que era muy bonito. Brougthy Ferry resultó ser una apacible villa bastante agradable, gran playa arenosa incluida. Pensé hacer la vuelta en bus, pero el último se me escapó por los pelos. Así que caminata de nuevo. Procuré hacerla rápido ya que quería ir a algún pub a ver el Escocia-Holanda. A estas alturas no me ha entrado el gusto por el fútbol, simplemente quería ver el ambientillo. Y a fe que lo había. El bar estaba hasta las trancas. Yo, por supuesto, también apoyaba a Escocia. Uno no es de nace sino de donde pace. Y además pensaba salir después de baretos, y la gente es siempre más receptiva cuando celebra algo. Partido emocionante, pero casi al final Holanda metió un gol que acabó con las esperanzas de mi país de acogida por volver a un Mundial. Volví al hostel y vi que mi habitación estaba poblada por dos alemanes que iban a su bola y una irlandesa llamada Kina, que, ni mucho menos hacía honor a su nombre. Se trataba de una estudiante que se alojaba en el hostel a la espera de encontrar alojamiento. Había estudiado unos años en Belfast, por lo que me hizo de improvisada guía turística de la ciudad que pensaba visitar pronto. La dejé yéndose a dormir y salí a “prender fuego a Dundee”. Esperaba una noche floja, por ser miércoles y por la derrota de la selección nacional. Pero estaba equivocado. Dundee es una ciudad universitaria, y los miércoles hay bastante pototeo. Di unas cuantas vueltas por las zonas de marcha y me decidí por una discoteca en la que se empezaba a formar cola. En España, si un tío sale solo, lo más fácil es que siga solo toda la noche. Pero esto es Escocia, y la gente es mucho más abierta. Así, esperando en la cola conocí a un par de post-tinajeros que, al ver que estaba solo, me “adoptaron”. Y con ellos estuve toda la noche. La discoteca estaba bastante bien. Muy grande, varias pistas, música dance y lleno de escocesas luciendo sus escuálidos modelitos, melenas rubias y hermosos luceritos. Era lo que necesitaba tras varios meses en el aburrido y previsible Broadford. A eso de las 2 y media cerró la discoteca, pero aún estuve un rato con mis nuevos amigos mientras recenaban en un local cercano. Iban un poco “tajados”, lo que los hacía aún más graciosos. Uno de ellos incluso se ofreció a acompañarme al hostel temiendo que me fuera a perder. Estaba empeñado en que me quedara con una buena imagen de la gente escocesa. Y a fe que lo hizo. No hizo falta que me acompañara.Había pateado mucho por Dundee y no había pérdida. Así que volví al hostel. Estaba cansado, no en vano habían pasado muchas cosas ese día. Pero eso es precisamente lo que estaba buscando cuando planeé mi viaje.

jueves, 17 de septiembre de 2009

El faro del fin del Mundo


Un día, paseando por Broadford vi con sorpresa la presencia de un camión de una empresa de marisco gallega en el aparcamiento del supermercado. Esa misma semana,el cocinero del hotel me comentó que había un cliente español y que me esperaba en la puerta. Hablé un rato con él y quedamos para tomar algo esa semana. El viernes fuimos con él y su compañero a echar unas cervezas. Lo mejor de estar en un lugar tan apartado y carente de compatriotas era que, siempre que me encontraba con un español, se produjera una gran complicidad. Supongo que en lugares como Edimburgo o Dublín será más difícil que esto suceda.
Se trataba de dos trabajadores de una empresa de Vigo que venían con regularidad a la Isla de Skye a cargar marisco para venderlo en España. Me comentaron que les salía rentable, ya que en Galicia la demanda supera la oferta y no dan a basto. Pero lo que más me llamó la atención es que uno de ellos había vivido unos meses en la Isla de Harris. Decía que, dado su mayor aislamiento con el "Mainland" (no hay puente,a diferencia de la isla de Skye), era un lugar bastante diferente y peculiar.
En un mundo cada vez más estandarizado, cuesta encontrar cosas diferentes. La isla de Lewis y Harris, en cierto modo lo es. Y ya puestos, me sedujo la idea de ir al lugar más apartado de un lugar, ya de por sí apartado. Así pues, mi elección para la única excursión que podía hacer en la isla fue el Butt of Lewis, el punto más septentrional de las Hébridas. También me comentó mi amigo vigués que en Lewis y Harris abundaban las playas de arena, las cuales costaba Dios y ayuda encontar en Skye. Pude comprobar en un mapa que cerca de mi destino había una playa de arena. Por ello podía matar dos pájaros de un tiro.
Tras un frugal desayuno en el hostel, tomé el autobús. Conforme subía al norte, aumentaba la desolación del paisaje y la sensación de estar en "el culo del Mundo". Esa sensación se acentuó nada más bajar del vehículo y ser recibido por un viento casi huracanado. Conmigo se apearon también Sue, una chica inglesa que también dormía en mi hostel, además de Erminio y Marcello, dos simpáticos transalpinos. En un medio hostil, la gente tiende a unirse. y eso hicimos, emprendiendo juntos la exploración de tan peculiar entorno. Primero fuimos a la playa. El viento lanzaba contra nosotros oleadas de arena, dando la sensación de que nos encontrábamos en plena tormenta de arena en el desierto. El esfuerzo mereció la pena, ya que la playa era realmente espectacular. Acostumbrado al desmadre urbanístico mediterráneo, me llamó la atención que una playa tan playa no contara con chiringuitos ni hoteles. Claro que no tienta mucho bañarse en aguas tan frías y con un clima tan poco cálido.
Posteriormente nos encaminamos al Butt of Lewis, extremo norte de la isla, donde hay construido un faro. Una caminata de una media hora por una carretera estrecha y desolada nos condujo a unos acantilados de una belleza dramática. El fortísimo viento acentuaba la sensación de desolación. Viendo ese faro allí, en un extremo de la isla, al borde de un acantilado y azotado por el viento, pensaba que bien pudiera haberse inspirado en él Jules Verne para su novela "el Faro del fin del Mundo".
Volvimos pateando hasta la parada de autobús, pero como aún teníamos tiempo, decidimos ir a Port of Ness, un pueblo cercano.Allí, aparte de una pequeña y curiosa galería de arte nos encontramos otra espectacular playa de fina arena, tras lo cual volvimos "a casa". Y llamo así al hostel, porque, por primera vez en casi cinco meses, tuve la sensación de estar en mi propia casa, tan acogedor era el establecimiento.
Por la tarde, amén de dar un paseo intentando abarcar todos los rincones de Stornoway, teníamos cita con los dos amigos del día anterior. A ellos y a Baptiste se sumó otro inquilino del hostel. Los cinco fuimos a un pub donde tuvimos una muy interesante conversación. Acabamos por definir cada uno nuestra idea de felicidad. En este caso, si esa charla tan profunda,con gente tan agradable no era la felicidad, poco le faltaba.

jueves, 10 de septiembre de 2009

Lewis y Harris

Por fin llegó el día que tanto esperaba: Mi despedida del Hotel Dunollie y de la Isla de Skye. Aunque echaré de menos a algunos compañeros, no me cabe duda de que la decisión de irme ha sido la correcta. Y más claro lo tengo ahora que he salido de ese entorno y empiezo a respirar aire fresco.
Tras unos cuantos días planificando meticulosamente mi viaje, lo más difícil fue sin duda meter todos mis enseres en la maleta. A pesar de que me he deshecho de gran cantidad de objetos, e incluso mandé unos cuantos libros y revistas a mi domicilio español, me veo obligado a cargar con un maletón de enjundia. Menos mal que en mis primeros días en Portree tuve la genial idea de agenciarme un “trolley”.
Mi primer destino era Stornoway, capital de la isla de Lewis y Harris, una de las Hébridas exteriores. Un poco más al noroeste que Skye, más alejada del “Mainland” y sin puente que le una a ella. Tomé un autobús a Portree, donde me despedí de mis primeros amigos húngaros. Otro coche de línea me dejó en Uig, donde cogí el transbordador. Cuando empezó a moverse me di cuenta de que me despedía de Skye por mucho tiempo. Está muy a desmano, y ya he hecho allí todo lo que tenía que hacer. Pero siempre da algo de pena distanciarse de un sitio tan bonito.
El ferry me sorprendió por su tamaño y por la cantidad y calidad de servicios que tiene a bordo. Además de resultar muy económico. Por menos de 5 libras todo un viaje en barco de casi dos horas. Parecido a lo que nos ofrece nuestra entrañable compañía de transporte de viajeros “la Oscense”.
El ferry me dejó en Tarbert, en la isla de Harris. Aunque se trata de una única isla, la parte norte se llama Lewis y la parte sur, Harris. Otro autobús (el tercero del día) me condujo hasta Stornoway, donde iba a pasar los dos días siguientes.
La capital de las Hébridas es, a pesar de su reducido tamaño, un lugar de gran actividad. No en vano es el único núcleo urbano de importancia de la isla, y concentra gran cantidad de servicios, industria y comercio. A pesar de su dinamismo, la iglesia local tiene un gran peso. Tanto que los domingos está prácticamente todo cerrado y no hay servicios de ferry ni de autobús.
Nada más llegar, me hice con una guía de horarios de autobús en la oficina de turismo donde mi indicaron el camino para encontrar mi albergue, el Heb Hostel, donde había reservado cama en una habitación de 6. El recibimiento fue, como se suele dar por estos lares, muy cálido. En pocos momentos recuperé una sensación que no conocía desde hace meses. La de estar en casa. Está claro que el tipo de turismo que va a un sitio como Lewis no tiene nada que ver con el que frecuenta, por ejemplo Lloret de Mar. Y eso hace que el ambiente sea muy distinto. Ni mejor ni peor, pero para mí no hay color.
Una de las principales atracciones de la ciudad es un centro cultural de estética muy moderna que cuenta con salas de exposiciones, restaurante y teatro. Ávido de cultura que fuera más allá de los conciertos con los que nos obsequiaban algunos solistas de poco renombre en el pub del hotel, vi que esa tarde había una función de teatro y no me lo pensé dos veces. Se trataba de “Madre Coraje”, de Bertold Bretch. Me gustaron las sensaciones de estar en ese teatro tan moderno, en un sitio tan alejado. Pero la verdad es que no me enteré de mucho, Todavía me falta bastante para lograr el bilingüismo. Eso sí aguanté dos horas. Hasta que hicieron una pausa para descansar. Ahí me di cuenta que la cosa iba para largo, así que decidí volver al hostel. Entablé conversación con un joven francés llamado Batiste que es residente habitual. Ayuda a la dueña a cambio de vivir allí. En ese momento llegaron dos amigos suyos,un inglés y una muchacha de rasgos chinescos, que nos propusieron ir a echar un trago. Vano intento, ya que a esa hora (frisando las 11 de la noche) los pubs estaban de retirada y no pudimos saciar nuestra sed de alcohol. Aunque quedamos para el día siguiente un poco antes. Vuelta al hostel, donde Batiste y yo continuamos nuestra conversación. A ratos intentaba hablar en francés, pero 5 meses habituando a mi mente a pensar en inglés han hecho estragos en mi dominio del idioma románico. A eso de la una me retiré a mis aposentos. Al día siguiente tocaba excursión, relato que dejo para mi próxima entrada.

viernes, 4 de septiembre de 2009

I’m Hungary, no stupid.

La semana pasada, ya en el declinar de la temporada turística, un nuevo kitchen porter pasó a engrosar la nómina del hotel Dunollie. Una buena noticia, que supone menos trabajo para mí, pero llega un poco tarde. Ya tenía decidido que la presente semana sería la última que pasara entre fogones y detergentes. Cansado de mi rutinaria tarea y habiendo ya recorrido todos los rincones de la Isla de Skye que estaban a tiro de autobús y pata, no tenía mucho sentido continuar, pese a que mi contrato expiraba en octubre. Como el primer plato en Portree me resultó muy indigesto y el segundo en Broadford ha fallado en algunos de sus ingredientes, me tomaré un postre a modo de viaje por Escocia e Irlanda intentando que, por lo menos, me quede buen sabor de boca.
El nuevo ayudante de cocina se trata de un húngaro de mediana edad que apenas habla inglés. Tampoco hace falta mucho para desempeñar esta tarea. Se hace llamar Steve, que es la traducción al inglés de su nombre. Esta costumbre, con la que no estoy muy de acuerdo es frecuente entre sus compatriotas por estos lares
Dice el adagio ciclista tantas veces repetido: “Hasta que no se cruza la raya de meta no hay nada decidido”. En mi hotel pasa lo mismo. Me esperaba una última semana plácida, preparándolo todo y planteándome qué hacer en los dos días libres consecutivos (toda una rareza) que me habían tocado en suerte. Eso hasta que el domingo a eso de las 7 de la tarde el mánager se acercó a nosotros mientras desempeñábamos nuestra noble y poco reconocida tarea y nos comentó, de forma un tanto apresurada que “debido a que no podía darnos horas de trabajo” en la cocina, yo tenía que ir de lunes a viernes a otro hotel y trabajar el fin de semana en el Dunollie. Respecto a mi compañero, no hacía falta que se moviera del sitio, pero debía trabajar los 7 días. El mánager no se preocupó mucho del “feed-back” en la comunicación. Más bien lo soltó y se fue. Yo más o menos lo pillé, pero el magiar se quedó como Gabriel Ciprés, es decir, “a verlas venir”. Gracias a la ayuda de una camarera húngara, que estaba al cabo de la calle e hizo las veces de intérprete, Steve se pudo enterar de que se había quedado sin días libres y tendría que trabajar sin ayuda hasta el viernes. Pero no fue eso lo que más le cabreó, sino la actitud del mánager al comentarnos la jugada. De ahí que me dijera con tanta razón como incorrección gramatical: “I’m Hungary, no stupid” (Soy Hungría, no estúpido).
Respecto a mí, ya conozco al mánager. Una persona muy correcta, que le gusta llevarse bien con todos. En su posición, a veces, hay que ser el malo de la película. Y no es un papel en el que se encuentre cómodo. Así que no me sorprendió la situación. Teniendo en cuenta que no sabía qué hacer en esos días libres (como he comentado antes, Skye y redolada no tienen secretos para mí) y considerando que me encanta salir de la rutina, me lo temé como algo, por lo menos, no negativo.
Mi nuevo destino por unos días se trata del “Kyle Hotel”, en Kyle of Lochalsh, última localidad del “Mainland” antes de la Isla de Skye. Por aquí, cuando se refieren a Gran Bretaña, se refieren al “Mainland”, que no deja de ser una isla, pero mucho mayor que Skye. Antes de venir me informé y vi con agrado que es un hotel mucho más pequeño que el Dunollie. Menos capacidad conlleva menos clientes, ergo, menos platos. Y ciertamente se nota a la hora del trabajo. Menos horas y trabajo más reposado. Además me ha tocado en suerte una pedazo de habitación doble que en realidad es el triple de la mía en Broadford. Si no fuera porque el pueblo es un muermazo y ya estoy más que de vuelta, me intentaría quedar más tiempo aquí. Pero la decisión ya está tomada. El lunes parto rumbo a las Hébridas Exteriores.

miércoles, 12 de agosto de 2009

Nostalgia Laurentina

Este domingo fue un día difícil. No sólo por el incremento de trabajo propio de las fechas estivales y mi sensación de hastío que se acrecienta por momentos. El día 9 de agosto marca el comienzo de las fiestas de Huesca consagradas a San Lorenzo. No voy a aprovechar estas líneas para defender a capa y espada que las fiestas de mi ciudad son las mejores del Mundo. Para gustos, los colores. De hecho,algunos años he planeado mis viajes veraniegos en aras a evitar estar en Huesca los 6 días laurentinos. Pero para mí hay un momento mágico, que es la mañana del Chupinazo (que se suele hacer extensible a la tarde). Una persona como yo, que ya peina canas y que intenta hacer gala de un cierto aseo intelectual, no debería, en teoría, verse atraído por formar parte de unas hordas alcoholizadas y empapadas en vino barato, que esperan amontonadas el pistoletazo de salida para hacer un poco el animal. Eso es lo que se ve desde fuera. Pero yo, desde que lo probé hace unos años, cual si fuera una adicción mayor que la nicotina, no he podido dejarlo. Un sesudo análisis psicológico puede llegar a la conclusión de que ese día, mis instintos reprimidos, amparados en la masa, afloran a la superficie. Puede ser eso, pero para mí es otra cosa. Es el día en que una ciudad rutinaria y previsible como Huesca, se convierte en un lugar en el que cualquier cosa puede suceder. Las caras de estaca se convierten en sonrisas, y los gestos de desprecio en muestras de aprobación. No hay clases sociales ni diferencias de edad. Y la veda que, habitualmente sufre el pototeo en Huesca, se levanta por un día. Y esa sensación tan extraña de beber calimocho con el sol del mediodía pegando en mi cara...
Cambiar todo eso, por un día lluvioso encerrado en una cocina de un hotel de un pueblo en el que el sábado cierra el pub pronto por no colisionar con ciertos intereses religiosos, que no divinos, es algo muy, pero que muy difícil de sobrellevar.

jueves, 30 de julio de 2009

El Pícaro


Una vez que supe que mi destino iba a ser la Isla de Skye, me planteé que en un lugar de clima tan variable y con escasas alternativas de ocio, necesitaría llevarme material para distraerme en los largos atardeceres veraniegos septentrionales. Hace tiempo me había comprado la serie “El Pícaro” en DVD y aún no le había echado un ojo, así que pensé que no sería mala idea llevarme un testimonio de la España más genuina a tierras británicas. Con la misma filosofía y acierto me acompaña la mítica “Juncal”
“El Pícaro” está compuesta por unos 15 episodios de media hora de duración. Son pues, historias cortas que narran las aventuras y sobre todo las desventuras de un rufián llamado Lucas Trapaza que se gana la vida como puede en la España del Siglo de Oro. En tan arriesgada empresa se hace acompañar de un jovenzuelo llamado Alonso, que le da mucho más juego a la historia.
La serie está inspirada en textos clásicos, adaptados por Fernando Fernán Gómez, que además encarna al protagonista. En esta ocasión, Fernán Gómez demuestra que tiene tanto o más talento que mal genio. Las historias son auténticas perlas rebosantes de humor. Es una gozada escuchar a Lucas Trapaza hablando un castellano antiguo plagado de cultismos y frases redondas. Además la recreación de personajes y lugares está muy lograda, situando al espectador en pleno siglo XVI.
En definitiva, una serie de culto, de las que ya no se hacen. Es dudoso que en una época en la que abunda la mediocridad puedan reponerla. En ese caso no me cabe duda de que sería en un horario infame, compitiendo con los no menos infames concursos saca-cuartos. En ocasiones, el aumento de la competencia redunda en beneficio del usuario (por ejemplo, en la telefonía). En el caso de la televisión no ha sido así, y yo echo de menos los tiempos del VHF y el UHF. Aunque ahora tenemos el dudoso consuelo de que podemos elegir entre bastantes tipos de bazofia.

martes, 7 de julio de 2009

Mi nuevo hogar

En una lista de prioridades de mi hotel, el bienestar del personal estaría varios puestos por debajo del último lugar. El primero, como suele ser habitual en las empresas con ánimo de lucro sería el dinero. Y aquí el dinero lo dejan los clientes. Por eso, haciendo bueno el dicho de “donde caben dos, caben tres”, este hotel carece de”numerus clausus”.
Hasta el año pasado, todo el personal, excepto los peces gordos, se alojaba en una casa anexa al hotel denominada “staff block”. La primera vez que lo oí, entendí “establo”. En este caso, el “falso amigo” no resultó ser tan falso. Por lo visto se trata de una covacha llena de agujeros y carente de agua caliente. Vamos, que las chabolas del “Campo de la Bota” barcelonés eran suites al lado de este habitáculo. La necesaria reforma no se ha hecho ya que le salía muy cara, y se decidió reubicar a la gente en habitaciones de huéspedes. Mejor para mí, que me tocó en suerte una habitación doble con vistas a la montaña. El agua caliente de la ducha no funcionaba, lo que hizo que me aficionara al relajante baño. Pero claro, llega la temporada turística y más gente. Y no es cuestión de perder ni una libra. Haciendo un alarde de “ingeniería habitacional” se han juntado dos personas en fase de pototeo dejando la habitación de una de ellas para mí. El mánager , con esa mezcla de sutileza y medias verades que caracteriza a la gente por estos lares me preguntó el día anterior: ¿Te gustaría cambiarte de habitación? Se trata de una con agua caliente… Como ya me conozco un poco el pescado, le dije que vale, pero que quería verla primero. Se quedó un poco cortado y a los 10 minutos volvió y me comentó que el cambio de debía a que tenían que arreglar la ducha de mi cuarto.
Al día siguiente pedí la llave de mi nueva pieza y al llegar a ella me quedé de una idem. La puerta estaba desencajada, y estaba llena de ropa y objetos. Pensaba que se trataba de una broma hasta que la recepcionista me confirmó que ese era mi destino, y que pensaba que su anterior propietario ya la había desalojado. A la media hora me dijeron que desalojara mi cuarto ya que la “housekeeper” debía acondicionarlo para los clientes que llegaban “de inmediato”. Yo ha había recogido todo, pero preferí ver antes mi nueva habitación. Ciertamente ya estaba vacía...de objetos. Porque lo que es suciedad, había bastante. Bajé a recepción, les dije que me llamaran cuando estuviera lista y me senté en mi cuarto. La limpiadora volvió a la carga y le dije que la otra habitación no estaba lista. Me dijo que ellas no limpiaban cuartos del personal . Muy bien, pero yo no me pensaba mover hasta que mi futura morada estuviera habitable. Sabía que si salía de allí y entregaba la llave, perdería mi única arma para conseguir una mínima asepsia en mi destino. Media hora después, me comunicaron que, por fin, la habitación estaba lista. La housekeeper no se tomó nada bien que la hubiera hecho esperar, pero no vi otra alternativa. Al tomar posesión de mi nuevo emplazamiento, afortunadamente ya limpio, pude observar las siguientes deficiencias:
-A pesar de tener una repisa colocada “ad-hoc”, carece de televisión.
-No tiene bañera, sólo un plato de ducha, eso sí, con agua caliente.
-La ventana no enfoca a una montaña sino a un patio interior.
-Del tejado surge un chorro de agua que cae durante las 24 horas del día, yendo a rebotar sobre una repisa a escasos centímetros de mi ventana.
-En el piso inferior se halla en pub del hotel, al que no le vendría nada mal un tratamiento de insonorización.
-La lámpara del techo, aunque funciona perfectamente, está totalmente desvencijada.
A pesar de todo, parece ser que me puedo considerar afortunado. Por lo menos más que unos cuantos que ahora ocupan el piso del mánager, a razón de dos personas por habitación, incluyendo el cuarto de estar.

jueves, 25 de junio de 2009

Viaje a Inverness

Vivir y trabajar en un hotel tiene sus ventajas y sus inconvenientes. Entre las primeras destacan el ahorro que supone tener cubierto el alojamiento y la manutención y el hecho de que el tiempo de desplazamiento entre el trabajo y el domicilio es prácticamente nulo. Respecto a los segundos, el principal es que cuesta bastante desconectar. Estás continuamente viendo a tus compañeros de trabajo. Por eso, en mis días libres procuro huir del hotel. Incluso no bajo a desayunar aunque me cuadre con la pertinente excursión para no ver los mismos caretos.
Tras mucho tiempo saboreando la tranquilidad de la isla de Skye necesitaba un poco de vidilla. Ver gente nueva, tiendas, edificios. Para ello planeé la semana pasada una visita a Inverness, la capital de las Highlands. Tampoco es muy grande, unos 40.000 habitantes, es decir, una especie de Huesca a la escocesa. En todo caso, muy superior a los 200 (si llegan) habitantes de Broadford.
Este viaje me permitía matar dos pájaros de un tiro, ya que en el trayecto se recorre un trecho a orillas del mítico lago Ness. Monstruos aparte, el recorrido en autobús me regaló momentos de gran belleza. Eso sí, el día que se descarte definitivamente la existencia de “Nessie”, más de un negocio se va a ir a pique: Museo del monstruo del lago Ness, Centro de interpretación del monstruo, Hotel “Nessie”, amén de los innumerables souvenirs como camisetas, imanes, collares… representando al popular dinosaurio.
Al llegar a Inverness me dio la sensación de volver a la civilización. No es que sea Nueva York, pero me gustó ver de nuevo edificios, algo de bullicio y un ambiente diferente al casi cosanguíneo del hotel. Aparte de un castillo y algunas iglesias no vi ningún monumento digno deinterés, aunque la ciudad en sí tiene un aspecto bastante agradable. Además en este caso me llamaron más la atención las tiendas. Y es que Inverness es una especie de Glasgow en miniatura, con 2 ó 3 calles repletas de comercios en las que se desarrolla una actividad frenética en horas punta. Aproveché para abastecerme de ropa a precios de risa (un vaquero, 4 libras) y películas de Chaplin a una libra. También le eché el ojo a mucho material para futuras visitas, ya que mi capacidad de carga era limitada.
Me llamó la atención un restaurante español con el curioso y poco políticamente correcto nombre de “la tortilla asesina”. A pesar de la morriña gastronómica que me despertó, era mayor el hambre. Por ello di cumplida cuenta de un buffet libre chino, que , a falta de calidad, me ofreció cantidad y variedad.
En mi ciudad solemos decir “en Huesca nos conocemos todos”. En las Highlands deben tener algún dicho similar, ya que unos días después, una “housekeeper” de mi hotel me comentó que su marido me había visto por Inverness. Mal lugar pues para llevar una doble vida y pasar inadvertido.
Poco más pude hacer en la capital, ya que sólo disponía de 5 horas entre la llegada y la partida del último bus. Queda pendiente una visita nocturna a los baretos y clubs de la ciudad. A ver si consigo un fin de semana libre y elaboro la correspondiente crónica sobre el pototeo en Inverness.