miércoles, 30 de diciembre de 2009

La Chica de Ayer


Hace unos años, mi impresión sobre las series de televisión españolas era bastante pobre. Actualmente, ni siquiera tengo una opinión sobre ellas. Directamente no las veo. Eso hasta que me enteré de que este año habían emitido una serie en Antena 3 con un argumento que me pareció interesante. Ví el episodio piloto y no pude parar hasta que la vi entera. La serie consta de 8 episodios en los que se cuenta cómo un comisario de policía regresa involuntariamente al año 1977, donde intenta, haciendo el mismo trabajo policiaco, resolver asuntos que acabarían influyendo en el presente.
El argumento presenta muchas semejanzas con la película "Regreso al Futuro", y es una adaptación de la serie británica "Life on Mars".
Normalmente, las series de policías no me motivan mucho. Y si son españolas, menos. ¿Y por qué me ha enganchado ésta? Porque siempre me ha llamado la atención lo de poder viajar en el tiempo. Poder conocer cómo se vivía en otras épocas y en otros lugares. En este caso, el protagonista (Ernesto Alterio), en vez de aprovechar el suceso para investigar, está continuamente lamentándose y buscando la manera de volver al presente. Precisamente la mayor tara que le veo a esta serie es el papel de Alterio. Lleno de aspamientos y sobreactuaciones. Por contra, el comisario jefe, interpretado por Antonio Garrido, es soberbio. En él se reflejan los modos del franquismo, aunque se dejan entrever los cambios que la democracia acabará trayendo a todos los estamentos. Chulo, prepotente, machista, homófobo... pero eficaz en la misión que él ve clara:proteger a los buenos de los malos al precio que sea.
El resto del plantel hace una labor más que correcta, destacando la labor de vestuario y maquillaje, que logra hacer creible al espectador el momento histórico.
Una mirada a una época cercana en el tiempo pero muy distinta. No había internet, ni teléfonos móviles, sólo dos canales de televisión, los homosexuales estaban proscritos, la mujer era legalmente inferior al hombre, y la democracia estaba en pañales. Hemos evolucionado en muchas cosas, pero en algunas nos hemos pasado de frenada: discriminación positiva, orgullo gay, televisión basura...
Ayer, unos hombres hechos y derechos (y una mujer) lo pasamos como enanos jugando a la consola hasta las madrugada. En "la Chica de Ayer", los padres del protagonista (que representan un poco a los nuestros), bastante más jóvenes que nosotros, se las ven y se las desean para sacar el hogar y el niño adelante. ¿Vamos a mejor o a peor?

lunes, 28 de diciembre de 2009

Fin de trayecto



Me he decidido a acabar la crónica de mi viaje de regreso de Escocia, antes de que tenga que mencionar "el año pasado" para referirme a ella. La anterior entrada me dejó en Donegal esperando el autobús para Sligo. Antes, le había preguntado al dueño de mi hostel si era una ciudad bonita. Con gran franqueza me dijo que no, que había bastantes tiendas y eso, pero que no era muy vistosa. No era la respuesta que esperaba escuchar, pero luego pude comprobar que era bastante acertada.
En apenas hora y media de trayecto por pintorescos lugares cerca de la costa llegué a Sligo, capital del condado homónimo, una pequeña ciudad que apenas llega a los 20.000 habitantes. Pese a ello es uno de los principales centros urbanos de la zona.
Al llegar pude darme cuenta que iba a dar más juego que Donegal. Eso sí, también pude corroborar que no era precisamente un lugar con mucho encanto. Apenas llegué a la estación busqué la oficina de turismo. Allí pregunté por un hostel, ya que no tenía reserva. Teniendo en cuenta que no estaba en un centro turístico y era martes, contaba con no tener problema en encontrar sitio. Acabaría yéndome al otro extremo.
La empleadada me habló de albergues: uno era céntrico y otro estaba tan en las afueras que hasta ella me lo desaconsejó. Así pues, me decanté por "The White House"(La Casa Blanca). El hostel era correcto, pero no estaba muy animado. De hecho sólo había una persona alojada cuando llegué, que además estaba dándose un voltio. Es decir, tenía todo el albergue para mí. En otras circunstancias se agradece, pero era mi última noche del viaje, y no era tranquilidad lo que más me convenía.
Lo que más me llama la atención de las ciudades irlandesas o británicas es la gran actividad comercial que atesoran. En este caso,a la actividad comercial se une la académica, con una universidad potente (Instituto Tecnológico de Sligo). Poco más ofrece esta ciudad, acaso algunos lugares pintorescos junto al río, los restos de una abadía y alguna evocación al poeta Yeast, que residió un tiempo allí. Por curiosidad, busqué el hostel del que me hablaron en la oficina de turismo. Con grandes dosis de hijoputismo por su parte, estaba situado junto a un polígono industrial, a una distancia sideral del centro. Llegar allí con mi maletón hubiera supuesto toda una hazaña.
No pude evitar visitar la universidad. Estaba un poco alejada del centro, pero tenía tiempo de sobra. El campus era bastante moderno y de un tamaño considerable. Aprovechando mi mochila y mi rostro poco avejentado, me hice pasar por un estudiante más y visité algunas facultades. La baja ratio de alumnos por aula me impidió acudir a alguna clase, como ya he hecho en alguna ocasión en España. Volví al centro para comer un humilde kebab en la cadena "Abrakebabra". Al pasear por Sligo notaba una diferencia con lo que había percibido en ciudades escocesas o norirlandesas. Daba la impresión que la crisis que, con tanta fuerza había golpeado a la República de Irlanda, había hecho que la gente me pareciera un poco apagada y con un poco de mala leche. Siguiendo con mi política cutre (a estas alturas no iba a cambiar) me hice con alguna lata en el Tesco que calenté e ingerí en el hostel. Allí había llegado un conserje bastante cachondo que me comentó que estaba esperando a dos inquilinas canadienses. Éstas acabaron apareciendo pero salieron disparadas en busca del pototeo. Así que le pregunté al conserje por los sitios más animados y salí en plan "me llamaban Trinidad" a prender fuego a Sligo. Entré en un garito con muy buena pinta que empezaba a animarse. Debido al alto número de universitarios per cápita, en esta ciudad hay marcha todos los días. En este pub se celebraba una especie de concurso con un "speaker" haciendo preguntas y proponiendo juegos. En uno de ellos se premiaba a la chica que se pudiera quitar más prendas de ropa. Antes daban un tiempo para que hiciera acopio de vestimentas. Ante la mirada golosa que despertó mi chaqueta en la amiga de una concursante me integré en la dinámica del concurso ayudando a su victoria. Estuve un rato más, pero lo que me apetecía era algo más de vidilla, así que busqué otro garito. En uno de ellos se estaba gestando una cola. Vi que era de pago. Eso supone un riesgo, ya que nadie asegura que vaya a estar animado. Pero pensé que si un martes cobraban entrada era porque tenía que haber demanda. Y así fue. La discoteca estaba prácticamente llena. Los luceritos irlandeses, aderezados con atrevidos modelitos lucían en todo su esplendor. Me sumergí en un ambiente que pronto iba a echar de menos. Casi sin darme cuenta llegaron las dos y se encendieron las luces. La salida de los toros me permitió socializar un poco, pero la cosa no dio para mucho más. Los estudiantes tenían clase al día siguiente. Volví al hostel y me crucé con un grupo de un chico y dos chicas. Una de ellas me sonrió deseándome las buenas noches. Fue un poco el símbolo de la despedida. A partir de ahora me las iba a tener que ver con los clásicos, las "cara estaca", las clarisas, las rescatadoras... Definitivamente España es un lugar hostil para el pototeador.
Al día siguiente pude conocer a mi compañero de habitación. Se trataba de un húngaro que había trabajado en Sligo, pero ahora estaba en otra ciudad irlandesa. Había venido a ver a los colegas. Poco más dio de sí la ciudad. Cogí el autobús rumbo a Dublín. El viaje fue bastante largo, pero con estos paisajes no se hace pesado. Al llegar a la capital me llevé una sorpresa bastante desagradable. En la calle O'Connell (la arteria principal) se había producido un choque de un tranvía con un autobús. A pesar de la espectacularidad del accidente, parece ser que no hubo víctimas mortales, aunque sí bastantes heridos. La calle estaba cortada. lo cual me impidió coger al autobús urbano que lleva al aeropuerto. Me tuve que resignar a recurrir al "servicio express", que, a cambio de un trayecto más directo, quintuplica la tarifa. Sin más novedad, arrivé al aeropuerto y cogí el avión que me condujo de nuevo a tierra española, tras más de 5 meses de ausencia. Tenía ganas de volver a casa, pero me dio la impresión de que me había dejado cosas por hacer. No descarto nuevos exilios. Espero que en los siguientes me vengan las cosas más de cara.

viernes, 11 de diciembre de 2009

El negocio de la libertad


Si en mis crónicas viajeras me caracterizo por un cierto desfase temporal, no voy a ser menos en mi crónica literaria para comentar un libro que se publicó a principios de la década. Procuro no dejarme llevar por las modas. Para mí algo que tiene calidad, la tiene ahora y la tendrá siempre.
Los años 90 fueron una época apasionante para la política española. Y en ellos se centra el periodista Jesús Cacho para narrar una serie de hechos que marcaron la década. Y lo hace de una forma valiente, metiendo el dedo en el ojo a personajes prácticamente intocables. La obra comienza con la llegada de José Mª Aznar al poder tras su victoria sobre Felipe González en 1996. No es bueno para una democracia que un partido esté mucho tiempo en el poder. El sistema se anquilosa, y se generan unas inercias muy negativas. Se arrima mucha gente al poder, a la que no interesa que la cosa cambie. En España se sumó además una aguda crisis económica trufada de un sinfín de casos de corrupción. Por ello, la victoria de Aznar fue recibida por mucha gente con esperanzas de regeneración democrática. El presidente popular se quedó a medio camino. Cambió algunas cosas e hizo una gestión económica destacable, pero no llegó como dice Cacho a "levantar las alfombras del Estado". En algunos casos lo intentó, pero se enfrentaba a fuerzas muy poderosas. Sin duda su mayor enemigo fue el editor Jesús de Polanco, que no iba a vender precisamente barata la derrota del partido al que apoya editorialmente. El dueño de Prisa ostentaba un poder inmenso. No sólo porque contaba con los altavoces mediáticos del diarío El País y la Cadena SER (líderes en tirada y audiencia), sino porque tenía relaciones de privilegio con políticos, empresarios, el Rey y otros muchos personajes que hacían que el cántabro estuviera casi mas allá del bien o del mal.
Con Polanco y sus maniobras como hilo conductor, se van narrando temas como la no desclasificación de los papeles del Cesid, las luchas por el control de las televisiones por cable, el juicio a Polanco que acabó con el juez Gómez de Liaño juzgado por prevaricación, la defenestración de Borrel pese a haber ganado las primarias de su partido, los amigos poco recomendables del rey Juan Carlos o el controvertido video sexual de Pedro J. Ramírez. El relato se hace muy ameno, siendo Cacho muy hábil en el uso de "flash-backs" que mantienen en todo momento el interés.
En muchos casos el libro es parecido a una novela, lo que lo hace más entretenido, a costa de perder algo de credibilidad. Porque por muy buenas que sean las fuentes (en este caso, si todo lo que se cuenta es cierto, son soberbias) uno se pregunta cómo ha podido reproducir una conversación de forma literal entre, por ejemplo, Felipe González y el Rey.
Son más de 600 páginas que devoré casi sin darme cuenta. Un soplo de aire fresco entre tanto positivismo y tiranía de lo políticamente correcto. Poco recomendable para aquellos que crean y quieran seguir creyendo que somos los "reyes del mambo" y tenemos una democracia avanzada.
Normalmente si a un profesional se le ha despedido de varias empresas, suele ser síntoma de poca profesionalidad. En el caso de un periodista puede ser eso, o que no se ha plegado a los intereses editoriales manteniendo su independencia. Jesús Cacho no se ha caracterizado por ser un perrito faldero del jefe que le pagaba.
Algunas ocasiones le ha costado caro, pero se ha ganado el respeto que no se merecen otros muchos de su gremio.

viernes, 4 de diciembre de 2009

Donegal



Siguiendo con la crónica que había dejado en Derry, a eso de las dos de la tarde me monté en el autobús rumbo al norte de la República de Irlanda. Los paisajes no cambiaban mucho a ambos lados de la frontera. Lo de las dos Irlandas, me recuerda un poco a las dos Alemanias, o las dos Coreas. Es decir, un disparate. Aunque el estar tantos años separadas ha hecho que ciertamente se note un ambiente distinto entre las dos zonas, que, sin embargo, guardan partes en común. A mitad de camino, el autobús se detuvo en Letterkenny, capital del condado de Donegal. No parecía gran cosa. En general, las ciudades irlandesas no son, a diferencia de sus paisajes, muy agraciadas. La llegada a Donegal no me hizo cambiar de opinión. Se trata de una localidad de pequeño tamaño, con una plaza principal y unas cuantas calles que salen de ella. Mi hostel estaba a unos dos kilómetros del centro, de los que uno y medio eran ya fuera de la localidad. Me costó bastante llegar con mi maletón atravesando rotondas y arcenes. La acogida fue de lo más cordial. Una mujer de mediana edad me hizo sentir casi como en casa. La habitación individual salía a precio de risa, así que no pude evitar cogerla. Al igual que en Perth, gané en comodidad, pero limité mis posibilidades de conocer gente. A pesar de que la dueña me dijo que no tenían internet, enchufé mi portátil en mi cuarto por si acaso. Sonó la flauta, lo que me permitió comprobar que España se había complicado la vida en el Eurobasket perdiendo ante Turquía. Todo mi calendario giraba en torno a este acontecimiento. Temía llegar a España con nuestra selección eliminada. Afortunadamente reaccionaron a tiempo.
Volví a inspeccionar el pueblo. Aparte de la plaza principal y un castillo, no había mucho que ver. Tenía que aprovisionarme, así que fui a un hipermercado de las afueras. Allí me pude dar cuenta de dos cosas: a)Irlanda es un país caro. b)Con la libra tan baja, a los que venimos del Reino Unido, aún nos parece más caro. Acostumbrado a los precios del Co-Operative o del Tesco, las mercancías me parecían auténticos atracos. Claro que los sueldos tampoco son los mismos. Compré la cena y volví al hostel a prepararla. En el camino pude ver un cartel que indicaba la presencia de un lago a unos 6 km. Postergué la cena, me calcé mis "bambas" y salí del hostel en pos del "Loch". La ruta discurría por una carretera poco transitada, pero sin arcen. Si a eso le sumamos que estaba en pleno ocaso y que no quiero morir joven, decidí volver. La cena fue un poco triste. La inmensa cocina del hostel estaba vacía, y tuve que hacer la pizza en un microondas. Sin perder la fe, volví al centro. Era lunes y no esperaba gran cosa. Pero no podía irme a dormir así. Había dos o tres pubs abiertos, uno de ellos con música en vivo. Ya que el pototeo iba a brillar por su ausencia, me consolé escuchando auténtica música irlandesa. Y como me gusta. Con gente que se coloca alrededor de una mesa repleta de pintas, sacan los instrumentos y a tocar. Por cierto, uno de los componentes llamaba mucho la atención con su peinado estilo Robert de Niro en "Taxi Driver". Me pedí una pinta, me senté en un sillón y me tomé un merecido descanso arrullado por las plácidas melodías locales. A eso de la una cerraban el bar. No había nada más abierto así que tocaba retirada. En el hostel pude hablar con un grupo de españoles que habían vuelto decepcionados del centro. Ni siquiera pudieron entrar al pub con música, que estaba cerrando cuando fueron. Decididamente Donegal no es un destino para la juerga y el desenfreno. Al día siguiente me pude sacar la espina e ir corriendo de buena mañana al lago cercano. Sólo pude estar 5 minutos a su orilla, pero la ligera neblina que lo rodeaba y la tranquilidad que se respiraba, sumados a la belleza del paisaje, hicieron que valiera la pena el esfuerzo. Volví al hostel para desalojarlo. El día anterior le propuse a la dueña pagarle en libras, ya que me habían quedado muchas monedas sin cambiar, lo cual aceptó sin problemas. No puso tan buena cara su marido al comentárselo al día siguiente, pero aceptó. Además se ofreció para llevarme en su furgoneta al centro. Gran detalle que fue mal correspondido por mi parte. Unos minutos después me di cuenta de que me había olvidado de devolverle la llave.Y no era la primera vez que me sucedía. Cuando dejé mi hotel en Skye, me di cuenta 5 minutos después de despedirme. Gran sprint mediante volví a devolverla con escaso margen para coger el autobús. La segunda vez fue la llave del hostel de Beltfast. Me di cuenta al día siguiente cuando no había manera de abrir la puerta de mi cuarto en Derry. Llamé al hostel y se la envié por correo. Y en este último lapsus, llamé al dueño y me dijo que la dejara en un hotel del centro. Material hay aquí para freudianos, porque tres olvidos son algo más que una casualidad. Sin más novedad cogí el autobús rumbo a Sligo, última escala en mi periplo. Esperaba encontrar algo más de vidilla que en Donegal.