lunes, 27 de diciembre de 2010

jueves, 23 de diciembre de 2010

Paseo dominical por Londres.



El fin de semana pasado cayó una nevada de enjundia en Inglaterra. Tanto que el aeropuerto de Heathrow tuvo que cancelar todos sus vuelos. Aunque dicen por aquí que fue más por la mala gestión que por el blanco elemento. Aprovechando mi domingo festivo, me decidí a ver cómo había quedado Londres cubierto de nieve. En el metro había una familia española volviendo del aeropuerto con su gozo en un pozo. Su vuelo se había cancelado “sine die” y se veían obligados a prolongar su estancia en tierras británicas.
Esa misma mañana había visitado una página en internet que explicaba cómo llegar a la casa donde vivía el célebre cantante Freddie Mercury. Como tengo bastante de mitómano, pensé que era visita obligada para un seguidor suyo. Así que seguí las indicaciones de la web, y llegué sin mucha dificultad. El resultado fue bastante pobre. Un muro con una puerta y unas cuantas firmas de fans que no parecían tan decepcionados como yo. Se ve que ahora esa es la casa de la antigua amante de Mercury. Y no creo que le haga mucha gracia que vaya la gente a dar por saco. Parece que lo consigue.
En las calles había nieve, pero las calzadas estaban limpias. Así que la estampa tampoco era muy vistosa. Se me ocurrió que el Hyde Park luciría más, y allí me dirigí. La verdad es que la caminata mereció la pena. Hyde Park estaba totalmente cubierto por la nieve y hasta los lagos estaban helados. Pero lo mejor, sin duda, me esperaba en la zona conocida como Marble Arch. Allí, improvisados predicadores subidos a humildes escaleras sentaban cátedra sobre lo divino, más que lo humano. Había 3 ó 4, y por lo visto, cada uno tiraba para una religión distinta. Lo que más me llamó la atención es que había gente, no sólo escuchando, sino haciendo objeciones y preguntas con gran interés. En España no concibo algo similar.
Seguí vagando por las calles de la capital, cuando ya vencido por el frío y el cansancio, un hallazgo entrañable me hizo renacer. En una tienda de ultramarinos había un belén expuesto en el escaparate. Ya sé que estamos cerca de la Navidad, y no debería sorprenderme. Pero era el primero y único que he visto desde mi llegada a la Pérfida Albión. Observé que los dueños eran orientales, lo cual me acabó de desconcertar. Hasta que se me ocurrió que pudieran ser filipinos, como así pude confirmar. Es curioso que habiendo tanto español en Londres, los que consiguieron despertar mi nostalgia fueran nuestros antiguos hermanos de las lejanas islas del Pacífico.

domingo, 5 de diciembre de 2010

Trabajando de "lo suyo"

Hace unos días me llamó la agencia que me había ofrecido algún trabajo como camarero. Esta vez se trataba de una oferta no muy tentadora. Limpiar en un gimnasio con el durísimo horario de 5 de la mañana a 1 de la tarde. Además la idea era entrar en la rotación de la empresa, es decir, no era para unos días o un par de semanas. Mi situación no era para echar cohetes, pero tenía algunos trabajillos en el horizonte. La idea de levantarme todos los días a las 4 y media para ir a limpiar no me convenció en absoluto. Así que les comenté a los de la agencia que semejante tortura no la podría soportar indefinidamente. A lo sumo, 2 semanas.
No debieron encontrar muchos candidatos para cubrir algo tan poco tentador, ya que el domingo por la tarde me preguntaron si podría hacer el trabajo por dos semanas. Tenía curiosidad por ver cómo era el gimnasio. Además estaba muy cerca de mi casa, y pensé que no me vendría mal el dinerito de trabajar 2 semanas. Así que acepté. Eso sí, no pude evitar preguntarles en plan de coña si tendría que llevar chaleco o corbata para el trabajo. Me dijeron que no, pero que llevara camisa blanca y pantalones negros. Me sonó un poco raro, pero por si acaso los metí en la mochila.
A una hora en la que debería estar prohibido o muy bien pagado trabajar, me presenté en el “Leisure Club”, del hotel Marriot, donde me esperaba el mánager. Se trataba de un portugués bastante joven con un cierto pasado futbolístico en Inglaterra que no acabé de entender bien. Como suele ser habitual por estos lares, resultó bastante simpático y educado. Muy alejado del modelo “fierica”, ya descrito en el blog. Me explicó mis tareas, que consistían en mantener limpio y en orden el gimnasio, los vestuarios y la piscina. También dijo que tendría que ir hecho un pincel, con camisa blanca, pantalones negros y bien afeitado, ya que se trata de un hotel con elevados estándares de calidad.
El gimnasio abre a las 6. Y aunque parezca increíble, a las 6 menos 10 de la mañana, siempre hay dos o tres personas esperando para entrar. El trabajo en sí, no es muy lucido, pero es bastante llevadero. No se trata de limpiar habitaciones de un hotel, ni de adecentar los baños de un parque público. Básicamente consiste en dar vueltas por las instalaciones vigilando que todo esté en orden y limpio. Me llevo muy bien con los compañeros. Tanto que algunos ya están enseñándome jerga londinense. El hotel me ofrece el desayuno y la comida. El jefe me da las gracias muchos días por el trabajo y no está encima de mí dando la brasa. Y lo de madrugar no es que me guste, pero no es tan terrible. Así que he decidido continuar, más allá de las dos semanas previstas. Se supone que este trabajo no es de “lo mío”. Pero si “lo mío” es trabajar 50 o 60 horas a la semana sin que me paguen horas extra ni me lo agradezcan, rezar para que el jefe no tenga el día cruzado, no poder planear ninguna actividad personal porque no sé a qué hora voy a salir del trabajo y encima tener que estar agradecido, prefiero trabajar de “lo suyo”.