domingo, 29 de diciembre de 2013

Destination Gotland

 Una de las cosas que más me gustan cuando planeo mis viajes es buscar "el culo del mundo". Es decir, lugares que parezcan muy apartados y difíciles de acceder. Claro que esta sensación es subjetiva. Porque lo que para mí es el "culo del mundo", para la gente que viva por esa zona, será de lo más común. El caso es que mientras preparaba mi viaje, vi una isla en medio del Báltico llamada Gotland, y no paré hasta averiguar si podía encajar en mi itinerario. Además de comprobar que era posible, leí comentarios muy favorables sobre la misma, así que no dudé en incluir la isla de Gotland como una escala más en mi viaje.
 Que fuese posible no significaba que fuera cómodo ni barato, pero ya que salía de casa, no me iba a parar en esas minucias.
Así, sí
 Para llegar a Gotland debía coger un autobús que salía desde la estación central de Estocolmo y que en poco más de una hora me dejó en la localidad costera de Nynäshamn.
De allí partía un gigantesco ferry hacía Gotland. En la sala de espera del puerto se veía algún turista despistado como yo, pero la mayoría eran locales. Aunque el barco llevaba unos cuantos automóviles, una gran parte del pasaje iba a pie, a diferencia de lo que me había encontrado en el trayecto de Rostock a Trelleborg. Y el ferry estaba más que preparado para ello, ya que contaba con gran número de asientos y zonas donde reposar.
 Como hacía un día magnífico, pasé la mayor parte del viaje en el exterior, observando la placidez del mar Báltico. Hasta que tras unas 3 horas, la isla de Gotland se empezó a vislumbrar en el horizonte.
 El ferry nos dejó en Visby, que con una población de poco más de 22000 habitantes, es la capital de la isla. Se trata de una ciudad medieval de gran belleza, con múltiples edificios históricos y una muralla muy bien conservada.

Visby
Afortunadamente había podido dejar mi maletón con sus no operativas ruedas en la consigna del albergue de Estocolmo, así que pude desenvolverme con cierta soltura.
 El hecho de su pequeño tamaño, su bien conservada  arquitectura medieval y su condición insular, confieren un ambiente absolutamente genuino a Visby. Parece un lugar de otro tiempo, y desde luego, me ofreció la tan buscada por mí sensación de encontrar un lugar apartado y diferente.
 Mi albergue estaba situado en las afueras de la ciudad. Tan afueras que me llevó más de media hora llegar al mismo. Se trataba de un curioso establecimiento que contaba con pub, restaurante, bolera , salón de conferencias y unas cuantas habitaciones para huéspedes. En este caso se trataba de un cuarto individual con cama doble, dotado una extraña y moderna decoración. Una vez aposentado me planteé qué hacer, ya que aún era primera hora de la tarde. Un dossier que encontré en la habitación, que explicaba generalidades del albergue y de la zona me dio la idea. Hablaba de unas maravillosas y animadas playas (Tofta) que se encontraban a sólo unos 20 minutos de la capital. Consulté los horarios de autobús y vi que había una línea que pasaba por allí, así que me puse el bañador y me di otro paseo de media hora hasta la estación de autobuses. Al montarme le dije a la conductora mi destino. Me dijo que no pasaba por allí, pero me podía dejar en una parada cercana.
 Un poco extrañado me senté, y permanecí atento a ver si el paisaje me daba alguna pista de dónde debía parar. Se sentó a mi lado una tinajera muy simpática (aparte de guapa, pero eso ya no me llamaba la atención a estas alturas del viaje) a la que pregunté por la parada más cercana a la playa de Tofta. El que no lo supiera me asustó un poco, pero afortunadamente, consultó el GPS de su móvil y me fue dando referencias, hasta que llegamos a la parada. Con mi talento natural no la hubiera reconocido ni de casualidad. Se trataba de un humilde poste con un minúsculo letrero, y la playa no se veía por ninguna parte.
 Por lo menos sabía que el mar estaba al oeste, así que, tras un buen rato de probatinas conseguí llegar a una playa. No estaba mal, pero no era ni mucho menos lo que me esperaba. La tan cacareada animación se resumía a un camping semivacío y 5 ó 6 personas paseando.  Sin tiempo para lamentaciones, ya que el sol estaba descenciendo dramáticamente, me despojé de mi camiseta y me introduje en el agua. Tenía que bañarme en el Báltico cayera quien cayera.
Prueba superada
  Debido al poco calado de la playa, la agonía provocada por las frías aguas se prolongó bastante, hasta que me zambullí sin contemplaciones. Conseguido mi objetivo, salí pitando del agua. Ahora tenía que volver al albergue y la empresa no se antojaba fácil, ya que no sabía dónde estaba la parada para coger el autobús de vuelta. Me compliqué la vida intentando coger un atajo para volver a la carretera, pero al final lo conseguí. Seguí andando un trecho rumbo a Visby hasta que vi un poste con un cartel de la compañía de autobuses. Parecía una parada, así que allí me planté, mientras el sol se empezaba a ocultar tras los bosques cercanos.
 Por suerte, no tuve que esperar mucho (unos 10 minutos) cuando apareció un autobús en el horizonte. Paró a mi señal y me llevó a la capital sin más incidencias, y sin más pasajeros, ya que yo era el único viajero en ese momento.
 Ya en Visby, me dio tiempo a llegar a la playa (por llamar de alguna forma a un conjunto de pedrolos formando la línea de costa) y presencian mi tercer atardecer sobre el mar en pocos días, que es unos de los mayores espectáculos que nos pueda ofrecer la naturaleza.
 De vuelta al albergue, me detuve en un hipermercado para comprar la cena. Además de poder curiosear muchos productos diferentes a los habituales, pude adquirir un sabroso pollo asado que me resultó sorprentemente barato, especialmente en comparación con los elevados precios que caracterizan a Suecia.
 Debido a las características y a la situación del albergue, no esperaba que hubiera muchos mochileros alojados, así que me hacía la idea de comerme el pollo en solitario. Pero al llegar a la cocina, la encontré sorprendentemente animada. Pronto me uní a una conversación que estaban entablando un hombre de mediana edad y una joven japonesa, a la que pronto se unió un hombre que aparentaba tener ya sus sesenta años. Se trataba de un sueco que estaba trabajando en las carreteras de la isla. El otro hombre era alemán llevaba unos días visitando la isla en plan exhaustivo. La japonesa era de una especie que no me era desconocida: chica que va sola por Europa y aprovecha el viaje para conocer varios países.
Atardecer en Visby
La conversación resultó de lo más interesante. Aparte de hablar de política (nuestro contertulio alemán resultó ser muy políticamente incorrecto, lo cual anima mucho un debate), descubrí por qué mi autobús no
había parado en la playa y por qué ésta estaba más desangelada que un sábado por la noche en Huesca: la escuela había comenzado, por lo que se había acabado la temporada de verano. Eso hacía que las playas estuvieran vacías de turistas y que las rutas de autobuses cambiaran. Me resultó muy curioso consultar un calendario de transportes con los vigentes horarios de invierno (foto de paisajes nevados incluida) en pleno agosto.
Había pensado en darme un voltio por Visby por la noche. Pero viendo que la temporada turística había acabado, y que la conversación resultaba de lo más estimulante, decidí quedarme en el albergue hasta que el sueño nos venció. Aún me quedaba una mañana en la isla, y a fe que la iba a aprovechar.


lunes, 16 de diciembre de 2013

Estocolmo (I)

 De buena mañana me presenté en la estación de tren de Malmö con la intención de coger un tren para Estocolmo, si conseguía solucionar el problema que había tenido con la reserva. Me había sacado el billete por internet en el albergue de Dresde, pero no lo había podido imprimir. En la reserva ponía bien claro que había que mostrar el billete impreso.
 Intenté primero sacarlo en una máquina de la estación introduciendo el número de reserva pero no coló. Así que fui al mostrador de la empresa de transportes y tras trastear un rato con el ordenador, la empleada me dijo que me lo podía imprimir, previo pago de 40 coronas (algo más de 4 €). En ese momento se mezclaron en mí la sensación de alivio por poder viajar y el cabreo por tener que pagar 4 € por una simple impresión de un folio.
 El tren que me tocó en suerte contaba con los clásicos departamentos con dos filas de asientos enfrentadas, que tantas conversaciones han propiciado en viajeros de otras latitudes. Porque en estas tan meridionales, lo dudo.Como si quisieran hacer bueno el tópico de la frialdad escandinava, los pasajeros entraban al departamento sin siquiera saludar y así seguían durante todo el trayecto. Ante el poco juego que podía dar el paisaje humano del interior del tren, me volqué en el paisaje externo.
El agua, omnipresente en Estocolmo
El viaje de más de 4 horas me permitió hacerme una idea aproximada de la geografía física del sur del país, con bonitos paisajes de bosques de coníferas y abundancia de lagos. En esos momentos te das cuenta de que hace falta mucho tiempo para conocer bien un país, y que 4 días, por muy a saco que se vaya, son sólo un aperitivo.
 Estocolmo no es una ciudad donde sea fácil orientarse, por lo menos nada más llegar. Está formada por numerosas islas comunicadas por puentes, que forman un conjunto de original y espectacular belleza. Precisamente a orillas de una de esas islas estaba situado mi albergue.Éste constaba de dos partes: un edificio de tres plantas y varios siglos a sus espaldas (aunque estaba reformado y estaba en muy buen estado) y un barco anclado junto al mismo que contaba también con habitaciones.
Albergue flotante
Me di cuenta de que había cometido un craso error reservando la habitación en el edificio al ver a la gente solazándose en la cubierta del navío. Salía más barato, pero uno no tiene la oportunidad de dormir en un barco todos los días. Pregunté en recepción si podía cambiar la reserva. Esa noche estaba  completo el barco, aunque dos días después había plazas. Pero me dijo que al haber hecho la reserva mediante una página web, el cambio debía ser hecho por el mismo medio. Lo intenté, pero la página me remitía a la recepción del albergue en un bucle absurdo. No me quise complicar más la vida, más teniendo en cuenta que el último día  iba a llegar tarde al hostel y no podría disfrutar mucho del barco, así que me centré en aposentarme y explorar la ciudad.
 Me tocó una habitación inmensa en el ático, en la que debían caber unas 20 personas. Como he dicho alguna vez, suele ser mejor tener una habitación grande para muchos, que una pequeña para pocos.
 Cuando estaba de camino al albergue, había escuchado un gran algarabío en una isla cercana. Parecía una prueba deportiva. Me acerqué tras haber dejado los trastos y puede comprobar que se trataba de un triatlón de la Copa del Mundo. En ese momento los atletas estaban realizando la carrera a pie, en la que el español Gómez Moya quedó segundo, intercalado entre sus acérrimos rivales, los hermanos británicos Brownlee.
El ambiente era espectacular y resultaba ser un acontecimiento muy vistoso por la peculiaridad del lugar (se trata de la ciudad vieja, la parte más antigua y monumental de Estocolmo).
Brownlee, en pos de la victoria
 Luego di unas cuantas vueltas por la ciudad, que no cuenta con centros y edicicios de referencia desde el punto de vista turístico, pero forma un conjunto muy armónico y de original belleza.
 Durante mi estancia en Inglaterra, había frecuentado una actividad que organizaba una tienda de deportes de Windsor, que consistía en realizar un trote de unos 5 km cada lunes por la tarde. Allí había conocido a un simpático sueco llamado Johan que había vivido un tiempo en Barcelona,y que por aquel entonces residía por la zona. Ha vuelto a Suecia y ahora está viviendo en Estocolmo. Así que quedamos y fuimos a trotar un rato para recordar viejos (y buenos) tiempos. Matando dos pájaros de un tiro, Johan me hizo una ruta turística a la carrera mientras me explicaba los lugares más representativos de la capital. Fue agradable encontrarme con él en un lugar tan remoto y más tras llevar unos cuantos días solo por el mundo.
 Ya de vuelta al albergue, me encontré con tres simpáticos niños que hablaban en español y que resultaron ser de León.
 La noche en mi poblada, aunque amplia habitación fue bastante plácida. Así que pude reponer fuerzas afrontar la siguiente estación de mi periplo: la isla de Gotland.

domingo, 1 de diciembre de 2013

Cruzando el Báltico

 En mi anterior entrada acabé montado en un colosal ferry (con el simpático nombre de Tom Sawyer) rumbo a Suecia. La salida a mar abierto del puerto de Rostock es Wanermünde, por lo que pude ver este bonito centro turístico desde otro punto de vista.
  El día había salido soleado, lo que me permitió hacer casi todo el trayecto (de unas 6 horas) en cubierta. Aunque dentro del barco tampoco había mucho que hacer. No está pensado para transportar pasajeros a pie. Se podían alquilar camarotes, pero eso se me salía del presupuesto.
Wanermünde desde el ferry
 Una vez en mar abierto, la monotonía de estar rodeados por el Báltico apenas se rompía cuando nos cruzábamos con algún ferry o en un breve acercamiento a las costas danesas.
 Otra vez pude contemplar un maravilloso atardecer sobre el mar. Pero observar tanta belleza tuvo su precio: a pesar de estar en agosto, en esas latitudes, las noches son frías, así que me tuve que refugiar en el supermercado del barco por un tiempo.
 Ya entrada la noche se empezaron a ver luces. Suecia se divisaba en el horizonte.
Al llegar al puerto de Trelleborg me hicieron esperar hasta que salieron todos los coches del ferry. Allí me di cuenta de que era el único pasajero que había hecho el viaje "a pelo", es decir, sin coche. Debía cantar mucho en medio del puerto mientras intentaba orientarme, porque enseguida me abordó un empleado en su coche preguntándome que a dónde iba. Amablemente me llevó hasta la salida.
Atardecer en el Báltico
 Trelleborg es una pequeña ciudad de unos 25000 habitantes situada en el extremo sur de Suecia. No tenía mala pinta, y hubiera sido un buen lugar para pasar la noche, pero no pude encontrar alojamiento, por lo que la iba a utilizar como lugar de paso hacia la más poblada Malmö.
 Mi "talento natural" no fue suficiente para encontrar la estación de tren, así que me rendí y pregunté a un joven local. Su respuesta no pudo ser más desconcertante. Me dijo que no sabía dónde estaba. Más clarificadora fue la respuesta de una chica a la que también pregunté: Trelleborg no tiene estación de tren. Sí que tiene, en cambio de autobús, y allí me dirigí un tanto desconcertado.
 El desplazamiento de Trelleborg a Malmö lo había consultado en una página de los ferrocarriles suecos. Pero allí estaba yo, a las 10 de la noche, una ciudad desconocida, sin posibilidad de alojamiento y no sabiendo si podría trasladarme a mi destino. Fueron momentos un tanto complicados. Por suerte, en la estación de autobuses vi que había uno a Malmö, que partía en 20 minutos. Por lo visto, en la página que consulté, a falta de tren, habían incluído los horarios del autobús.
 Ya había estado en Malmö, en una fugaz visita hace unos años. Aun así, entre que es una ciudad grande, y que de noche se ve muy cambiada, me costó un buen rato orientarme y llegar al albergue. Afortunadamente éste tenía recepción abierta 24 horas. Se trataba de un moderno y funcional establecimiento. Muy limpio y con unas instalaciones un punto mejores que las que se suelen encontrar en los albergues. Eso sí, salía bastante caro.

Interiorismo nórdico
En mi cuarto me encontré con un simpático joven alemán (al que, según me contó le habían robado las zapatillas la noche anterior) y un mormón sueco de mediana edad que había venido a un congreso religioso.
 No iba a pasar mucho tiempo en la ciudad, así que enseguida salí a explorar. Era sábado por la noche, por lo que se podía ver bastante ambiente por las calles.
 Mucho se ha hablado sobre la belleza de las mujeres suecas. Como no soy partidario de resaltar lo obvio, no haré ningún comentario al respecto.
 Malmö no es una ciudad especialmente monumental, aunque no carece de atractivos (aparte de los femeninos, lógicamente). Pero yo estaba cansado, la ciudad no lucía mucho de noche y mi cabeza estaba ya pensando en el viaje del día siguiente a Estocolmo, así que me retiré pronto a dormir, cosa que pude hacer, pese a los ronquidos de mi compañero mormón.