domingo, 15 de octubre de 2017

DURRES

 Debían ser poco más de las 5 de la mañana cuando una potente letanía en árabe me sobresaltó. El albergue estaba situado muy cerca de una mezquita, que a esa hora tan intempestiva llamaba a sus fieles para la primera oración del día.
Pero, ¿por qué no te callas?

 Tiene mérito que una religión que, entre otros preceptos obliga a levantarse a horas tan tempranas y prohíbe el alcohol tenga tantos adeptos y siga creciendo. No sería mala idea reciclar los imanes y derivarlos al sector comercial.
 En mi caso, ignoré la perorata del almuédano y seguí durmiendo un poco más, aunque ello me suponga renunciar a las 72 vírgenes celestiales que esperan a cada fiel musulmán a su muerte.  Aunque pensándolo bien, ese es otro motivo para no profesar la fe de Mahoma. Si una sola mujer ya me plantea problemas que me parecen irresolubles, no quiero imaginarlos multiplicados por 72, y encima si me pillan ya lo mayor que espero estar en la hora de mi deceso.
 Otro problema más terrenal ocupaba mis pensamientos esa mañana. La noche anterior se me había caído el pasaporte y había ido a parar al hueco entre la cama de mi compañero de la litera inferior y la pared. Lo necesitaba para ir a cambiar dinero, así que hasta que el alberguista no se despertó (y tardó bastante)  y pude mover la cama, me mantuve como un apátrida indocumentado sin recursos financieros.
Anfiteatro romano de Durres

  Una vez que pude conseguir la moneda local (Lek) me lancé a explorar la ciudad. 
 Todo aquel que busque un casco histórico en condiciones que se vaya olvidando de visitar Durres. Lo único destacable es un anfiteatro romano relativamente bien conservado. El resto carece de gancho turístico. 
 Pero yo no había ido a Albania a admirar estatuas y visitar catedrales. El hecho de que Durres fuera mi primer contacto con el universo albanés hacía que lo recorriera con los ojos abiertos como platos. Y lo primero que llamó mi atención fue comprobar que el país se está modernizando a pasos agigantados. Junto a humildes construcciones de más que dudoso gusto estético se erigen edificios de lo más moderno. Los tradicionales y un tanto cutres bares de sabor añejo conviven con "lounges" de lo más pijo.
Estética socialista

 Mis primeros pasos por las animadas calles durresinas no estaban exentos de temor. Al fijarme en la característica fisonomía de los varones locales, no me costaba imaginármelos con un chaleco, un gorro de lana y un AK-47.    
 Pero pronto me di cuenta de que no sólo no eran tan amenazadores como mi imaginación contaminada por el sensacionalismo bélico sugería, sino que se trataba de gente muy amable y acogedora con el visitante.
 Viendo que el centro de Durres no daba mucho juego, me dirigí a la costa en busca de la playa. Lo primero que me encontré no era digno de tal nombre, ya que se trataba más bien de un conjunto de pedruscos poco armónicos sobre los que batía débilmente un líquido de color  más tirando a marrón que a azul. 
"Playa" de Durres

 Conforme me alejaba del centro, la cosa iba mejorando ligeramente. Esta vez, los peñascos habían dejado paso a una arena gris que parecía sacada de una obra, salpicada de excrementos equinos que no amedrentaban a algunos valientes, que se solazaban en sus inmediaciones.
 Si moral tenían los primeros bañistas que me encontré, no se quedaban cortos los que decidieron que en tan agreste paraje era buena idea construir un moderno muelle recreativo con baretos y restaurantes de enjundia.
 A la tercera fue la vencida, y un rato después ya me encontré algo que puede entrar en la categoría de playa.
Así sí

 Mis exploraciones costeras me habían abierto el apetito, que pude saciar con contundencia en un humilde restaurante.
 Beneficiado por el ventajoso tipo de cambio €/Lek, me puse morado por muy poco dinero. 
 Tanto o más que la comida me gustó el trato familiar de la señora del local. A pesar de las barreras idiomáticas, culturales y generacionales, se interesó varias veces por si la comida era de mi gusto e incluso mostró una cierta decepción cuando vio que no pude terminarme las pantagruélicas raciones.
 El recepcionista del albergue me había comentado que al sur de la ciudad estaba poco menos que la madre de todas las playas. Así que aproveché que esa tarde iba a visitarla con otra compañera (laboral y sentimental) letona, para acompañarles en plan carabina.
 Esta vez nos tocó una buena caminata por inhóspitos lugares como una estación de tren semiabandonada, teniendo incluso  que atravesar una autovía. 
  La recompensa que obtuvimos a tal esfuerzo fue más bien magra. Si la playa que había visitado por la mañana era mala, la vespertina era aún peor. No ayudaba mucho que estuviera junto al puerto y sobre todo que estuviera copada por sombrillas y tumbonas de pago.
 Como buenos pobretones nos tuvimos que conformar con una zona libre en la que nos pudimos sentar en un duro suelo de hormigón que hacía las veces de orilla. Detrás de nosotros, un gran edificio abandonado a medio construir completaba el poco idílico panorama.
 Por lo menos el agua (que no era color turquesa ni mucho menos) estaba a buena temperatura, así que pudimos darnos un chapuzón en condiciones.
 Por la noche, ya en solitario (aunque el mítico Chanquete decía que uno nunca está solo del todo) me di una vuelta por el paseo marítimo. Estaba lleno de atracciones y puestos de venta callejeros. Numerosas familias aprovechaban la agradable temperatura para pasear por la zona. Me parecía estar en Cambrils una noche cualquiera de agosto. Y tampoco es de extrañar. Por mucho que los políticos se empeñen en dividirnos, las personas no somos tan diferentes unas de otras, independientemente del lugar donde nos ha tocado vivir.


 



2 comentarios:

Tyrannosaurus dijo...

Comparto tu punto de vista. En mi opinión quien hemos tenido oportunidad de viajar y vivir en otros países, adquiere una experiencia impagable que nos permite ver con otra perspectiva el mundo que nos rodea. Podemos dejar de considerar nuestro país como lo mejor del mundo mundial, y tomar cierta distancia con respecto a los nacionalismos, fuente inagotable de conflictos y problemas, de cuyas banderas y símbolos se apropian algunos políticos sin escrúpulos, para manipularlos en función de intereses mucho menos nobles y más terrenales que lo que dicen defender.

Disquisiciones filosóficas aparte, realmente veo que ser musulman pone a prueba a muchos practicantes. A las 5 de la mañana la mayoría de los mortales sólo deseamos la compañía del Dios Morfeo.

Rufus dijo...

Parece que los luceritos irlandeses te iluminaron para que vieras las cosas con claridad...
Si en España tocasen las campanas a esas horas para ir a la iglesia, seguro que se escucharían más juramentos que rezos.